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COMPILACIONES NO-DO (II). MOTOCICLISMO (1945-1979)

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SUMARIO DE CONTENIDOS


0:32 


PRUEBA CICLISTA TRAS MOTO EN BARCELONA. (NO-DO del 8 de enero de 1945).


1:24


PRUEBAS DE REGULARIDAD DEL REAL MOTO CLUB DE ESPAÑA EN MADRID. (NO-DO del 15 de enero de 1945).


2:19


CARRERA DE MOTOCICLETAS EN BARCELONA. (NO-DO del día 2 de abril de 1945).


3:17


EL MOTORISTA MÁS PEQUEÑO DEL MUNDO: MIGUEL PUJOL, DE CUATRO AÑOS, PASEA CON SU MOTOCICLETA POR LAS CALLES DE BARCELONA. (NO-DO del día 4 de junio de 1945).


4:57


EL III GRAN PREMIO DE MOTORISMO DE MADRID EN LA CASA DE CAMPO. UNA VUELTA A 103´500 KMS/H. (NO-DO del día 26 de mayo de 1947).


7:11

LAS NUEVAS MOTOCICLETAS DE LA POLICÍA URBANA DE MADRID. REVISTA EN EL RETIRO. (NO-DO del día 14 de marzo de 1949).




7:48


LA PRUEBA MOTORISTA "SUBIDA A LA CUESTA DE LAS PERDICES" (Madrid). (NO-DO del día 20 de marzo de 1950).


8:50


LA CARRERA CICLISTA TRAS MOTO BARCELONA-PAMPLONA. (NO-DO del día 9 de abril de 1951).


9:50


EL VII PREMIO INTERNACIONAL DE MOTOCICLISMO EN EL PASEO DE COCHES DEL RETIRO (Madrid). (NO-DO del día 21 mayo 1951).


11:55


MOTORISMO INTERNACIONAL. LA CARAVANA EXTRANJERA DE LAS MOTOCICLETAS EN MADRID. (NO-DO del día 28 de julio de 1952).


12:35


LA PRUEBA MOTORISTA DE LOS 2.000 KMS. RECORRIDO BILBAO-MÁLAGA-BILBAO. (NO-DO del día 8 de junio de 1953).



13:19


CARRERAS DE MOTOS EN LA ISLA DE MAN. ACCIDENTE DE UN PARTICIPANTE. RAY AMM, VENCEDOR. (NO-DO del día 13 de junio de 1953).


13:52


PRUEBA MOTORISTA EN SANTANDER. EL VII CIRCUITO DEL SARDINERO Y IV INTERNACIONAL DE LA MAGDALENA. (NO-DO del día 7 de septiembre de 1953).


15:04


EN EL CIRCUITO DE MONTJUICH. EL IV GRAN PREMIO DE ESPAÑA DE MOTOCICLISMO. (NO-DO del día 12 de octubre de 1953).



16:47


CONQUISTAS DE LA TÉCNICA. UNA MOTO ANFIBIA. EXHIBICIÓN EN LA ALBUFERA. (NO-DO del día 19 de diciembre de 1955).


17:49


CHALECO CALEFACTOR. UN INVENTO BARCELONÉS PARA QUE LOS MOTORISTAS NO PASEN FRÍO. CONSISTE EN UN CHALECO DE PLÁSTICO HINCHABLE QUE VA UNIDO AL TUBO DE ESCAPE DE LA MOTO, ASÍ EL AIRE CALIENTE QUE SALE DEL TUBO DE ESCAPE CIRCULA POR EL CHALECO CALENTANDO AL MOTORISTA. (NO-DO del día 24 de diciembre de 1956).


18:50


CARRERAS DE MOTOS EN BILBAO. IX GRAN PREMIO INTERNACIONAL DE VIZCAYA. (NO-DO del día 2 de septiembre de 1957).


20:02


POLICÍA MUNICIPAL. FESTEJO EN SEVILLA. EXHIBICIÓN MOTORISTA Y GIMNÁSTICA. (NO-DO del día 28 de marzo de 1960).


20:55


PRO DAMNIFICADOS DE CHILE. LA I ESPIRAL A ESPAÑA. QUINCE MIL KILOMETROS EN MOTO SIN PARAR EL MOTOR.  (NO-DO del día 19 de diciembre de 1960).


21:50


IV GRAN PREMIO MOTORISTA DE OTOÑO EN MADRID. TRIUNFO DEL SUIZO KAMATHIAS. (NO-DO del día 15 de octubre de 1962).


23:02


CARRERAS DE MOTOS. LAS 24 HORAS INTERNACIONALES DE MONTJUICH. (NO-DO del día 17 de julio de 1967).


24:32


PRIMER CENTENARIO DE LA MUERTE DEL DUQUE DE AHUMADA. HOMENAJE EN PAMPLONA AL FUNDADOR DE LA GUARDIA CIVIL. (NO-DO del día 5 de enero de 1970).


24:40


LA POLICÍA MUNICIPAL DE BARCELONA. UNA INSTITUCIÓN AL SERVICIO DE LA CIUDAD. (NO-DO del día 8 de enero de 1973).


27:03


POLICÍA MUNICIPAL DE BARCELONA. VISTOSA EXHIBICIÓN EN MOTOCICLETA. (NO-DO del día 26 de julio de 1976).

 
 29:40


POLICÍA MUNICIPAL. SIMPÁTICO FESTEJO EN EL QUE SE NOMBRÓ AGENTE HONORARIO DE LA POLICÍA MUNICIPAL AL PRÍNCIPE FELIPE. (NO-DO del día 18 octubre 1976).


31:02
 
VUELTA MOTORISTA A ESPAÑA. COMIENZO DE LA PRUEBA. (NO-DO del día 15 octubre 1979).





LA MEMORIA DE LA CARRETERA EN ANTICUARIOS Y ALMONEDAS

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El establecimiento tiene un enorme portalón que parece la entrada de un garaje, y de hecho el pavimento es de hormigón crudo y rugoso en el que se enganchan las suelas de los zapatos mientras camino hacia el interior de lo que seguramente fue en tiempos un almacén, o tal vez un taller mecánico. Pero en este lugar ahora huele a polvo, a hierro oxidado y a papel viejo.

-¿Tienes mapas de carreteras antiguos?-le pregunto a bocajarro al hombre que regenta aquella inmensa tienda de antigüedades, situada en una calle que desemboca en el puerto.

Y nada más terminar mi pregunta, en esas décimas de segundo que transcurren antes de que mi interlocutor emita su respuesta, me viene a la memoria una pregunta parecida que le hice a otro anticuario en su abigarrada y caótica almoneda del Rastro madrileño, a quinientos kilómetros de aquí y hace más de treinta años:

-¿Tienes postales o fotografías antiguas de pueblos de Alicante?

 Menuda pregunta, debió de pensar aquel hombre que venía a mi encuentro atravesando una cordillera de quincalla herrumbrosa mientras manoteaba para apartarse de la cara la maraña de aparatosas lámparas, quinqués y candiles de otros siglos que pendían del techo.

 -¡Y yo que sé lo que tengo! -farfulló de mala gana.

Ironías de la vida, hace más de treinta años yo andaba buscando en el Rastro de Madrid fotografías antiguas de pueblos de Alicante (no hallé ninguna), pues estaba recorriendo la provincia en bicicleta e interesándome por el pasado de los lugares que visitaba, y en cambio ahora, que me encuentro precisamente en una almoneda de un pueblo importante de esta provincia, ya no me interesa especialmente ese material, sino solo los mapas de carreteras antiguos pero genéricos, los que sean, los que haya, si es que hay alguno en este enorme anticuario atiborrado de cachivaches.

-Algo tengo, sí -responde aquel hombre, para mi sorpresa, y mayor es aún mi asombro cuando escarba en una montaña de papeles viejos de una estantería y me entrega varios mapas y guías antiguas-. Y si rebuscas por ahí, tiene que haber más -añade.


Esto no ha hecho más que empezar, y la cosa ya se pone interesante. Por de pronto, ya tengo en mis manos una verdadera joya, la 7ª edición de un mapa oficial de carreteras del MOP fechado en julio de 1966, y además en un estado impecable. Al tratarse de la 7ª edición, y entendiendo que el MOP publicaría una edición anual de su mapa oficial de carreteras, ¿quiere esto decir que empezaron a publicarse en 1960?

Pero en el lote que me acaba de entregar el anticuario hay algunas otras cosas dignas de mi interés, como varios mapas Firestone de los años 50 y 60 y otro mapa de la provincia de Valencia, patrocinado por la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de la capital levantina fechado en el año 1973.






Como si me hubieran entregado un tesoro, hago acopio de estos materiales apartándolos a un lugar seguro y a resguardo de posibles visitantes de la almoneda que pudieran tener alguna intención de arrebatármelos, porque en estos sitios, tan propicios al azar, las casualidades y los caprichos, nunca se sabe. Me siento después en un taburete de madera para rebuscar tranquilamente en las baldas más bajas de la estantería, animado ante las buenas perspectivas de encontrar más reliquias de la carretera, ese rastro improbable e incierto de su memoria gráfica que por ventura, a veces, la propia carretera va dejando al descuido en lugares como este. Pero hay tal cantidad de vetustos papeles en aquellos estantes que pronto comprendo que necesitaría horas y horas, o tal vez días, para revisarlos todos, y la mayoría de ellos son muy interesantes y merecen cierta atención, aunque no guarden relación alguna con la carretera, porque no solo de carreteras antiguas vive un hombre como yo y mi curiosidad se dirige también a menudo hacia otros temas relacionados con el pasado. Apenas transcurridos unos minutos de ansiosa búsqueda ya tengo las yemas de los dedos sucias de polvo y de tinta, y el aroma acre del papel viejo se me sube a la nariz, a los ojos y a la garganta, recordándome severamente que fisgar en el pasado tiene estos inconvenientes un tanto insalubres, pero es que algún precio había que pagar por adentrarse en el túnel del tiempo.




Mi búsqueda es sin embargo infructuosa y no encuentro más mapas antiguos de carreteras. Todo lo más algunos atlas ilustrados de geografía europea que no me interesan, no al menos en este momento. He manoseado cientos, o miles de papeles y documentos de toda índole y condición, la mayoría de ellos del siglo XX, pero también muchos otros del XIX, desde libros y revistas hasta indulgencias eclesiásticas, folletos publicitarios, cartas particulares, actas notariales o recibos del gas o de la luz de antes de la guerra facturados en pesetas y céntimos. Sé que en cuanto me levante del taburete no recordaré apenas nada de todo cuanto acabo de palpar con mis manos.
Sin embargo, tampoco me voy a ir de vacío en esta búsqueda apresurada: un programa oficial de las Fallas de Valencia del año 1968, con evocadores anuncios de automoción, dos guías urbanas de esta ciudad de los años 1956 y 1960, igualmente ilustradas con notables anuncios e informaciones importantes, y una pequeña agendapublicitaria con tapas de plástico de la peluquería Merche, también de Valencia (calle Ciscar 53, bajo, tfno. 33-44-607), de fecha indefinida pero probablemente datada a finales de los sesenta o principios de los setenta, que contiene un pequeño mapa de España desplegable.









Tan entusiasmado y entretenido estaba mientras iba recolectando mis particulares reliquias de almoneda, incluso convencido de regresar más tardes a escarbar en aquellas polvorientas montañas de papeles, que ni siquiera me había detenido a considerar cuánto me iban a cobrar por todo ello. El anticuario adopta una estudiada compostura profesional, sopesa el valor de mi mercancía pasándose los mapas y las guías de una mano a otra, como si pretendiera basar su valor en el peso, o tal vez en la textura, o en la cantidad de polvo acumulada en los objetos, o acaso calculando lo que estaría dispuesto a pagar él si tuviera mucho interés en la compra. 
-¿Cincuenta euros por todo te parece bien? -me propone interrogándome con la mirada, pensando en que quizá le voy a regatear esta cantidad. 
No tenía intención de gastarme tanto dinero, desde luego (no más de treinta euros, ahora que lo pienso), y por un momento me asalta el impulso defensivo de regatearle por lo menos diez, quince e incluso los veinte euros de diferencia, pero me ha pillado desprevenido y sin capacidad de reacción. Le entrego, pues, un billete de cincuenta sin rechistar, aunque seguramente la expresión de mi rostro denota cierto disgusto. Estas cosas no pueden evitarse y le delatan a uno. A pesar de todo, me voy moderadamente satisfecho de la tienda de antigüedades, pues ha superado con creces mis espectativas previas. En cambio, no estoy ya tan seguro de que vaya a volver otro día. Tengo miedo de encontrar más cosas y no poder resistir la tentación de llevármelas a cualquier precio. Carezco de fortaleza para ciertas renuncias. Maldita crisis.

LAS MUJERES MÁS CALIENTES DE ANDALUCÍA

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En mayo de 1994 unos cuantos treintañeros ya curtidos por la carretera y por la vida decidimos bajar en moto a Jerez de la Frontera, a las carreras del Gran Premio de Motociclismo de España. Uno de ellos, Antonio, un compañero mío de trabajo, no baja solamente a ver las carreras. En realidad, de hecho, ya cuenta de antemano con que tal vez ni siquiera llegará a verlas. Por supuesto es motero y gran entusiasta del Campeonato del Mundo  de motociclismo, pero es aún más entusiasta de la hermosa Yolanda (Yoli, familiarmente), otra compañera de trabajo, en este caso veinteañera, con la que se ha liado y encoñado hasta las trancas -permítaseme la expresión-, y como ella está por la labor, él no desaprovecha la ocasión para llevársela de viaje a Jerez mientras deja a su mujer (no demasiado aficionada a las motos y notablemente menos hermosa que Yoli, todo hay que decirlo, por duro que sea) en casa. Lo que sucederá después es bastante previsible: una vez en destino, Antonio y Yoli apenas saldrán de la tienda de campaña, entregados a una frenética coyunda de fin de semana, y se perderán las carreras. No les importará en absoluto, porque las carreras suponen para ellos un medio, una oportunidad favorable para sus desahogos venéreos, no un fin en sí mismas. Y no son los únicos, desde luego.


La hermosa Yoli es fría, distante y engreída, en mi opinión, y Antonio es un macho ibérico, y como tal un tanto dominante, pretencioso, idealista y embaucador. En los días previos al viaje a Jerez ha intentado utilizarme como coartada ante su pobre mujer: yo me llevo el casco de ésta para prestárselo a un amigo que baja conmigo a las carreras y que carece de este elemento de seguridad. Pero me hago el loco y me niego rotundamente a seguirle el juego. Aquella no es mi guerra y nunca me ha gustado inmiscuirme en las infidelidades ajenas. No siento más simpatías hacia la engañada mujer de Antonio de las que siento hacia la presumida Yoli. De hecho ambas me causan una absoluta indiferencia o tal vez incluso lástima. El propio Antonio y sus circunstancias me resultan también completamente indiferentes.




Pero en cualquier caso a primera hora de la tarde del 6 de mayo de 1994 estamos todos reunidos en una gasolinera a la salida de Madrid, en la N-IV, con las motos y los equipajes a punto. Yoli con Antonio, otro compañero de trabajo, cuyo nombre no recuerdo ahora (aunque sí su apellido, que no voy a divulgar aquí), con su mujer, Arturo y José Javier (dos colegas míos de entonces, hoy perdidos en la bruma de los tiempos), y el que esto escribe. Siete personas y cinco motos, por este orden: una Kawasaki ZZR-1100, una Yamaha XJ-600, una Honda VFR-750, una Kawasaki GPZ-500 y una Honda CB-750, la mía. Parque móvil motociclista muy típico de la época. En aquella gasolinera de partida cambiamos algunas palabras y unas pocas risas y nos hacemos una foto de grupo que tampoco voy a divulgar aquí, por improcedente, y minutos después emprendemos viaje. Un viaje colectivo absurdo, porque ni siquiera compartimos un destino común. Mis compañeros de trabajo tienen alojamiento en El Puerto de Santa María (Cádiz), creo recordar, mientras que mis colegas y yo lo hemos reservado en Lebrija (Sevilla).

Hay miles, decenas de miles de motos en la autovía de Andalucía. Matrículas de toda España y parte del extranjero. En toda mi vida había visto tantas motos juntas en una carretera. La XJ-600 está ya muy vieja y fuera de punto y viene consumiendo unos 11 litros a los 100 sin poder pasar de 120 kms/h., con lo cual en Valdepeñas nos despedimos, haciendo buenos (y falsos) propósitos de quedar en Jerez para ver juntos las carreras. Nunca más volveremos a coincidir con ellos encima de una moto. Arturo, José Javier y yo continuamos viaje. Nos quedan alrededor de 550 kilómetros de ruta por autovía y sabemos lo que hacemos y lo que nos gusta: cruceros de 150/160 kms/h. Es lo que se estila en la época, nada de radares, ni de carnets de conducir por puntos, ni de otras estupideces disuasorias y represivas que nos traerá, en mala hora, el futuro. Una época feliz, sin tiranías, imposiciones ni amenazas. No nos engañemos, a todo el mundo le gusta correr. La especie humana lleva la velocidad en la sangre. Y diga la DGT lo que diga, la inmensa mayoría de los españoles no se matan o matan a otros por correr, sino solo porque no saben cuándo y dónde se puede correr. O aún peor, porque ni siquiera saben conducir. Pero muchos circulan más deprisa que nosotros, por encima de los 200 por hora, con motos deportivas con matrículas gallegas y catalanas, Pontevedra, Coruña, Barcelona, Tarragona... Tienen que recorrer casi 3.000 kilómetros de ida y vuelta ese fin de semana y no es cuestión de perder el tiempo en la carretera. Por desgracia algunos se matarán en la tristemente célebre curva de Almuradiel, provincia de Ciudad Real, a un paso de Despeñaperros. Los que están predestinados de todos modos se matarán después en el propio Despeñaperros, mucho más peligroso. Sin embargo, la mayoría de ellos van a sobrevivir, y como viajan en grupos muy numerosos y las chicas que llevan de paquete van muy incómodas en lo alto del palomar y se mean o les viene la regla inoportunamente, y además la autonomía de sus motos es bastante limitada (en torno a los 150 kms. o menos a esas velocidades de crucero), se van esperando y reagrupando en los arcenes de la autovía y en las gasolineras, con lo cual no les cunde mucho más que a nosotros. Pero el paradigma de la eficiencia y buen hacer en ruta lo representa un vejete alemán que viaja en solitario y relajadamente en una custom japonesa manteniendo unos discretos promedios de 120/130 por hora y que coincide con nosotros en todos los repostajes del viaje, cada 200 kilómetros aproximadamente. Todas las veces que me lo voy encontrando pienso: yo de mayor quiero ser como este tío, que se baja desde Alemania hasta Jerez con dos cojones y ese aplomo, elegancia y saber estar.  Pero ahora que soy tan mayor como él o incluso más, casi veintidos años después, ya no estoy seguro de compartir su filosofía de la vida.


     
Por el camino algunos se pican con nosotros, sin encontrar respuesta, pero en Despeñaperros José Javier destapa el tarro de las esencias y bajando el puerto se pasa por la piedra con su humilde GPZ-500 casi todas las erres que se le ponen a tiro. Arturo trata de seguirle, pero desiste. Yo bien, gracias. Solamente dejo de sestear un centenar de kilómetros después, cuando un individuo con una Yamaha Diversion 600 con matrícula de Madrid se pone pesado tratando de hacer una comprobación de prestaciones conmigo. La tontería dura una veintena de kilómetros por las rectas cordobesas hasta que decido mover un cuarto de vuelta más el puño y me lo quito de encima.

En un área de servicio en las cercanías de Córdoba nos tomamos un descanso para repostar combustible y beber agua: hace un calor espantoso y estamos deshidratados dentro del casco. A medida que nos adentramos en el profundo sur español el calor se va haciendo más patente, aunque la tarde va declinando y la luz mengua muy despacio en el cielo. Volvemos a la carretera y nos incorporamos enseguida a ese río crecido y vertiginoso que nunca deja de fluir. Solo hay motos y motos por todas partes, de todas las marcas, cilindradas y provincias. El ambiente es fantástico. La gente de los pueblos se acerca a ver el espectáculo y nos saluda a nuestro paso desde los puentes elevados que cruzan la autovía. No es algo que pueda describirse, hay que vivirlo. Merece la pena bajar a Jerez solamente por este motivo, y es que no hay otro (salvo los desahogos venéreos ya descritos), pues las carreras se ven mucho mejor por la televisión y toda esta movida del Gran Premio te acaba saliendo por una pasta.




Pero pronto vamos a vivir dos momentos de máxima tensión,  el primero de ellos cuando nos encontramos un enorme cepillo de barrendero atravesado en los dos carriles de la autovía, que seguramente ha perdido algún camión de limpieza, y que nadie se ha ocupado de retirar todavía. Nosotros lo esquivamos y por los retrovisores veo que todas las motos que vienen por detrás también lo esquivan en el último momento, pero no hay que descartar que alguien se lo trague y se caiga, provocando de paso una caída en cadena de muchas motos, pues a las velocidades a las que circulamos es imposible protegerse de una circunstancia como esta. Vuelve la tensión más tarde, cuando todo el mundo se pone a frenar a lo loco sin que sepamos qué sucede, aunque no tardamos en descubrirlo: los dos carriles de la autovía quedan repentinamente reducidos a uno mediante una hilera de conos que se va cerrando desde el arcén hasta el centro de la calzada. Al otro lado de los conos varios agentes de la Guardia Civil, armados hasta los dientes, nos miran con cara de perro y nos apuntan fieramente con los subfusiles, como si esperasen encontrar algún terrorista infiltrado en aquella horda motera rugiente y despavorida. No parece que éstos pertenezcan a la Agrupación de Tráfico y nos vayan a poner una multa, pero mientras pasamos muy despacio junto a ellos nos tememos que en cualquier momento se levante un brazo imperativo y nos haga detenernos sin contemplaciones. Nos quedamos con el susto en el cuerpo, pero no sucede nada, los dejamos atrás y volvemos a enchufarnos todos a 160, a 180, a 200 por hora o a lo que cada cual considere oportuno o adecuado a sus necesidades.


Con la tarde ya muy vencida y apenas un rescoldo de luz en el cielo, hacemos la última parada de la jornada en un punto impreciso de la provincia de Sevilla. Miles de motos siguen rugiendo por la carretera camino de Jerez camufladas en una difusa oscuridad que no termina de imponerse al resplandor dorado del ocaso. Después de un breve descanso volvemos a la ruta y en Los Palacios y Villafranca José Javier casi atropella a la tonta del pueblo, que cruza la carretera sin mirar, y un poco más tarde Arturo (asiduo de las carreras de Jerez), nos lleva desde El Cuervo hasta Lebrija, ocho kilómetros, por un camino de piedras que, después de más de 600 de viaje, puede encabronar a cualquiera, aunque la culpa no es suya. Con todo y con eso, las motos llenas de polvo, los culos y las espaldas doloridos, alcanzamos Lebrija y montamos las tiendas ya de noche. Nos separan 40 kilómetros del Circuito de Jerez.





El mundo de la moto es, por encima de todo, aventura. Nunca imaginas exactamente qué es lo que puede llegar a ocurrirte en un momento dado. Si supieras de antemano que se te va a averiar la moto a 700 kilómetros de casa, que te vas a perder la víspera del Gran Premio buscando el camino del circuito, que un insecto va a decidir introducirse en uno de tus ojos por llevar la visera del casco levantada, o que con tu tarjeta de crédito o débito no vas a poder sacar un triste duro de los cajeros automáticos, entonces probablemente no moverías la moto del garaje. Las dos primeras calamidades me sucedieron a mí. Las dos segundas a José Javier. Arturo tuvo más suerte y solo le estafaron con los bocadillos que se comió el día de las carreras. Pero todo tiene una explicación. Si te pasas con el aceite del cárter y lo llenas por encima del nivel, éste rebosa con el motor caliente y obstruye el filtro del aire y a lo mejor te fastidia la carburación, y aquí paz y después gloria. Si llevas tu tarjeta bancaria en una bolsa sobredepósito de imanes te acabas cargando la banda magnética y ya puedes empezar a montarte el número de la cabra si quieres sobrevivir. Lo mismo reza para los que compran bocadillos a pie de circuito y para los que se levantan la visera del casco en el momento más inoportuno o se pierden por torpes y despistados, como yo.



La supervivencia en el camping improvisado de Lebrija es penosa, porque las comodidades no abundan y el vecindario motero carece del más mínimo sentido de la urbanidad y del respeto al prójimo, de modo que día y noche tienes que soportar voces, risotadas, acelerones en vacío y el aullido terrible de las hiperdeportivas que cambian de marcha a catorce mil vueltas incluso por las calles del pueblo. Muy cerca de nosotros acampa un portugués particularmente odioso con su Suzuki GSXR-1100 R, que siempre está levantando polvo y rompiendo los tímpanos del personal para hacerse notar con sus cortes de encendido, el hijo de la gran chingada. Pero da lo mismo, porque las hordas custom con sus inofensivas bicilíndricas tampoco se quedan atrás en lo tocante a la contaminación acústica. Aquí mete la pata todo el mundo incluso con un humilde ciclomotor, y los que han venido en coche se dedican a poner música bakalao en la radio a tope de decibelios solamente por joder. Aquí, si no haces ruido, no existes, y por lo tanto es imposible dormir en ningún momento, y tampoco puedes ducharte ni hacer tus necesidades fisiológicas, porque las instalaciones del polideportivo, de tan concurridas, carecen del menor atisbo de higiene y civilización.




Desde El Cuervo hasta Sevilla casi 80 kilómetros en la cabina de la grúa que me lleva la moto averiada a un taller oficial Honda de la capital hispalense. A los pocos minutos de comenzar el viaje nos hemos detenido en un cementerio de automóviles de los de toda la vida, con los vehículos apilados a la intemperie unos encima de otros, para repostar gasoil. Esto se debe probablemente a que el desguace pertenece a los mismos dueños de la empresa concesionaria que presta los servicios de asistencia en carretera en la zona y disponen aquí de un almacén de combustible. Como buen aficionado que soy a estos lugares, varias veces me asalta la tentación de bajarme del camión cámara en ristre y fotografiar con detalle todas esas cordilleras de chatarra motorizada, pero no me atrevo, y finalmente solo soy capaz de obtener una instantánea desde el interior de la cabina.

Lunes, 9 de mayo de 1994. La movida de Jerez ha terminado por este año. Hablamos de lo divino y de lo humano el patrullero y yo mientras atravesamos muy despacio este sur profundo y misterioso que parece representar la esencia de España y la nostalgia de Africa. Le cuento cosas de Madrid y de mi trabajo, y el tío alucina. Yo alucino con el suyo y los cerca de 80.000 kilómetros que recorre al año trabajando con la grúa, sin darse importancia. En la radio suenan rumbas sin descanso, hasta la extenuación de mis oídos, pero es lo propio. Al pasar junto al desvío que indica la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan, el patrullero me dice con una sonrisa: aquí están las mujeres más calientes de Andalucía. Es bueno saberlo, pienso para mis adentros. Si me arreglasen pronto la moto tal vez debería regresar a este pueblo sin pérdida de tiempo. Después de todo, la curva mortífera de Almuradiel todavía puede esperar.




Con la moto en el taller, resuelvo quedarme al menos veinticuatro horas en Sevilla, o lo que haga falta. Estoy de vacaciones y nadie me espera con urgencia en ningún sitio. Decido alojarme en un hotel de cuatro estrellas, frente a la estación del AVE, y después de comer en la propia estación de Santa Justa me doy un largo paseo por la ciudad que me deja casi extenuado y en condiciones óptimas para retirarme a la lujosa habitación del hotel y ocuparme del cuerpo, verdaderamente castigado después de las penurias sufridas en el camping de Lebrija. Un baño reconfortante y demorado y luego a dormir la siesta. Sevilla es como un monstruo dormido después de los fastos del 92, y yo me despierto ya por la noche, cuando casi no hay tráfico por las calles y esta ciudad empieza a dejarme un poso de melancolía en el corazón. Le escribo una breve carta a un amigo usando cuartillas con membrete del hotel mientras voy dando buena cuenta de las bebidas alcohólicas del minibar de la habitación. Se está bien aquí, qué demonios, y por pura pereza ni siquiera voy a salir a cenar. De madrugada me vence el sueño y caigo en un pozo oscuro e insondable.




A la mañana siguiente me entregan la moto en perfectas condiciones y emprendo el viaje de vuelta a casa. Me han tratado maravillosamente en el taller, tanto que, días después, escribiré una carta de agradecimiento en una conocida revista de motos y saldrá publicada. Un bocata de caballa y un café en Bailén, y un repostaje en Almuradiel, como únicas escalas, me devuelven a Madrid en apenas cinco horas y media de viaje y con el culo un poco entumecido, eso sí. Pero no voy a tener demasiado descanso, porque apenas veinte horas más tarde equipaje nuevo y rumbo a Levante.

DOMINGUEROS ESPAÑOLES EN LOS AÑOS 70

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Aunque el término dominguero empezó a emplearse y a hacer fortuna en los años sesenta, cuando comenzó la motorización de la sociedad española y las carreteras del país se llenaron de automóviles utilitarios, en realidad los españoles ya llevaban decenios comportándose como domingueros, aunque no dispusieran de vehículo propio. Y es que, en nuestro país, lo de salir los domingos a pasar todo el día al campo o a la playa era una tradición cultural  mediterránea muy saludable y bien asentada. Y a falta de vehículos particulares, buenos eran los trenes o los autobuses colectivos para escapar de las ciudades durante la jornada de asueto dominical, y pocos eran quienes se quedaban en sus casas.



El desarrollismo español de los sesenta provocó un inesperado aluvión de coches y de domingueros motorizados en las carreteras, y este fenómeno popular, al adquirir muy pronto las dimensiones de una plaga incontrolable, recibió enseguida una indisimulada consideración peyorativa. De hecho, el término dominguero es inequívocamente despectivo, y en sus orígenes se utilizaba para repudiar a los malos conductores, todos aquellos que utilizaban su coche sólo los fines de semana o los domingos, y que por lo tanto podían considerarse como novatos aficionados al volante y poco diestros en el manejo de los automóviles y bastante negligentes en el cumplimiento de las normas de circulación.



En pocos años, y a fuerza de golpes de chapa, los domingueros probablemente consiguieron conducir con la suficiente solvencia que requerían los tiempos e incluso las mujeres empezaron a sacarse el carnet y sacudirse este viejo estigma de subordinación al varón. Pero los domingueros ya jamás podrían desprenderse del odioso sambenito que habían recibido de nacimiento, y si ya no eran sinónimo de malos conductores -o al menos no lo eran tanto-, sí seguían representando la mediocridad y el fracaso social de la incipiente clase media española, que se dejaba el corto jornal pagando los plazos de la vivienda, del televisor y del automóvil, y con la calderilla sobrante no podía hacer ya otra cosa mejor que abarrotar las carreteras los domingos (la mayoría trabajaban de lunes a sábado) para buscar en competencia con sus iguales algún paraje campestre o playero en donde comerse una tortilla de patata asediada de moscas. 



 

La presuntuosidad, la envidia y la falta de empatía hacia sus semejantes eran entonces, y siguen siendo ahora, algunos de los mayores y más graves defectos de los españoles, de modo que, aunque millones de ciudadanos eran domingueros y sin saberlo seguían ejerciendo incluso los domingos que no salían a la carretera, nunca se daban por aludidos y jamás se consideraban como tales, pues ellos estaban por encima de la mediocridad y los domingueros eran los otros, los demás. Por eso, los domingos que no habían podido salir a solazarse, se regocijaban y atenuaban su envidia en casa escuchando por la radio o viendo en la televisión los habituales y tremendos atascos de salida o de regreso a las ciudades que atrapaban a los infortunados domingueros que sí habían hecho su escapada dominical. El dominguero, se mirase por donde se mirase, era un ser mundano, masoquista e irredento que carecía incluso del consuelo de poder contar con la simpatía o la solidaridad de sus semejantes, lo que podríamos asemejar a una especie de conciencia de clase, del todo inexistente en su caso. 


 


En mi familia fuimos domingueros militantes y ejercientes durante unos pocos años (aunque seguramente nunca fuésemos conscientes de ello, porque nadie lo era), si bien de forma irregular y discontinua en el tiempo. Nuestra época de mayor gloria y proyección dominguera se desarrolló desde finales de los años sesenta hasta mediados de los setenta, y todas las fotografías que se han conservado y de las que me sirvo para ilustrar esta entrada del blog fueron tomadas en aquel tiempo, más concretamente en 1969 y en 1971.  Han pasado en cualquier caso más de cuarenta años, pero mi memoria de obligado dominguero infantil sigue siendo lo bastante lúcida como para poder considerarme ahora una autoridad en la materia, si se me permite, y con las convenientes y debidas ironías al respecto, claro está.



Seguramente se podrían establecer diferentes subcategorías de domingueros ateniéndonos no tanto a la idiosincrasia y filosofía de los individuos, por lo general bastante homogéneas, como a las características y destinos de sus desplazamientos dominicales, ya fuesen desde las grandes ciudades hacia el campo o la playa, o desde unos ámbitos rurales a otros, o bien hacia una segunda residencia estable en un entorno litoral o de montaña, etcétera, etcétera. Sin embargo, como no es mi intención el desarrollar un exhaustivo tratado sociológico y geográfico sobre los domingueros, me voy a ceñir a lo esencial y autobiográfico que me compete, esto es, a los dominguerosmadrileños de los años setenta que salíamos al campo o a la sierra a pasar el día.



 

Y no era una cuestión banal, porque como los cabezas de familia solían trabajar de lunes a sábado, ya quedó dicho, la única posibilidad de salir al campo el día completo había que buscarla en el domingo, y por razones obvias ya bien avanzada la primavera o a comienzos o finales del verano, cuando las temperaturas eran agradables y los días largos. Pero incluso con estas premisas bastaba con que el día amaneciese nublado, amenazase lluvia o soplase más aire de lo debido para que se cancelase la excursión o se produjeran deserciones. Los preparativos para la preceptiva salida dominguera podían iniciarse a mitad de semana, pues habitualmente había que poner de acuerdo a varias personas de dos o más ramas familiares diferentes, lo que incluía primos, tíos, abuelos… Y el requisito mínimo requerido era además la capacidad de los coches, que no solían ser más de dos o tres. La comida y avituallamiento corrían por cuenta de cada familia, por supuesto, de modo que las amas de casa se pasaban la tarde del sábado o la mañana del domingo, si madrugaban lo suficiente, encerradas en la cocina preparando tortillas de patata, filetes empanados, filetes rusos, croquetas de jamón o pollo, empanadillas de bonito, aleta rellena, carne mechada, ensaladilla rusa, albóndigas y otras viandas apropiadas del extenso repertorio gastronómico nacional, con la única condición de que se tratase de manjares sólidos y estables, esto es, sin salsas, grasas o caldos que pudieran derramarse en los coches durante el viaje. 



Unos coches utilitarios, por otra parte, que no disponían de aire acondicionado (tampoco existían las bolsas térmicas que conocemos ahora), con lo cual la comida transportada en tarteras y cacerolas de aluminio estaba reseca, correosa y revenida en el momento de consumirla. Las bebidas y refrescos se conservaban en mejores condiciones en aquellas neveras portátiles de cremallera rellenas de hielo, pero sus propiedades isotérmicas y de estanqueidad eran bastante precarias, de modo que bien podía suceder que se derritiera completamente el hielo y la nevera presentase fugas de agua empapando la tapicería o los maleteros de los coches.


 


La hora de salida solía fijarse en torno a las diez o las once de la mañana, y por lo general se hacía en grupo, esto es, todos los coches de la expedición partían y viajaban juntos, lo cual constituía un error de domingueros bisoños, porque no hay cosa más incómoda y peligrosa que circular por carretera pendiente de no perder a terceros vehículos. Al final, por mucha atención que se pusiera, estos extravíos se acababan produciendo como consecuencia de las impredecibles circunstancias del tránsito, lo que obligaba a unos u a otros a esperarse en arcenes y desvíos, lo que volvía a incrementar el peligro y la incomodidad y a ralentizar la marcha. ¿Por qué no viajaba cada uno a su libre albedrío y quedaban todos en el punto de destino?  Pues sencillamente, por increíble que pueda parecer, porque no siempre se determinaba a priori un punto de destino concreto, que se improvisaba sobre la marcha en función de la colonización de domingueros en varios destinos posibles inicialmente previstos, sugeridos o insinuados. Eran el azar y el aforo los que determinaban la elección final.



En aquellas mañanas dominicales de primavera o verano de los primeros años setenta decenas de miles de coches saturaban todas las salidas de Madrid por carretera. Incluso en la N-VI, carretera de La Coruña (ya entonces autovía de dos carriles hasta Collado Villalba), una de las vías domingueras por excelencia que más frecuentábamos nosotros, el atasco podía comenzar en las últimas calles de la ciudad, y no era extraño que se tardase una hora o más en recorrer veinte o treinta kilómetros. Y la secuencia era siempre la misma: punto muerto, primera, segunda, primera, punto muerto, frenar y detenerse durante un minuto, y tanto desgaste mecánico para recorrer apenas cincuenta metros, y vuelta a empezar. Se cabreaban los conductores, se cabreaban los pasajeros (no digamos ya los niños, siempre tan impacientes en la vida), se revenían los filetes rusos y las albóndigas en las tarteras metálicas y se recalentaban las gaseosas y las cervezas o las fantas (la mirinda también era muy popular en la época) en las neveras portátiles de cremalleras. Pero sobre todo, un escalofrío de angustia recorría la columna vertebral de los sujetos más hipocondríacos de esta horda dominguera a los que les daba por pensar en el regreso, seis o siete horas después, porque todos los que habían salido tendrían que volver a casa por la misma carretera, y si el atasco matinal estaba siendo apoteósico, el del retorno vespertino presentaría, no cabía la menor duda, una nueva versión corregida y aumentada del primero.  



Confrontábamos las miradas a través de las ventanillas de los coches parados en paralelo al nuestro con las miradas de otros domingueros infelices y resignados como nosotros, que a lo mejor nos iban a quitar el sitio, o los sitios, en donde teníamos previsto acampar. Los niños sacábamos la lengua y le hacíamos burla (o nos la hacían) a otros niños en la vecindad de la carretera, sólo por pasar el rato y porque en los colegios de curas, en contra de lo que debían creer nuestros padres, no nos educaban tan bien. Sonaban las señales horarias de las doce en la radio y una voz agria de catacumba proclamaba solemnemente:son las doce, las once en Canarias, es la hora del Angelus, a continuación emitimos el diario hablado de Radio Nacional de España.


 
 

Muchos llevaban ya autorradios en sus utilitarios, pero mi padre, que era un clásico, gastaba un viejo transistor convencional de pilas forrado con una funda de cuero y apoyado en el salpicadero del Renault 8 en una posición sumamente inestable. Con frecuencia, al efectuar un frenazo brusco en una retención del tráfico, el transistor se le caía sobre las rodillas y se desarmaba la carcasa, a pesar de la funda, y se desparramaban las pilas entre los pedales del coche, y él decía a media voz, mecagoendiez, y mi madre, o mi abuela, que también solía viajar con nosotros, ponían el grito en el cielo y le llovían amonestaciones a diestro y siniestro. Pero él no se alteraba y en la siguiente retención favorable recomponía el transistor, recuperaba la sintonía de Radio Nacional de España y volvía a posarlo sobre el salpicadero del coche, lo que le valía una nueva andanada de reconvenciones familiares completamente infructuosas: estaba previsto que el transistor se cayese dos o tres veces más antes de regresar a casa por la tarde. 



A cincuenta o sesenta kilómetros de Madrid por varias de las carreteras que escapaban de la ciudad con su interminable peregrinación de domingueros ya era posible elegir un destino campestre para pasar el día. El problema es que otros muchos domingueros elegían el mismo, y no había campo para todos. Además, como si de una cuestión ancestral de supervivencia se tratara, no servía cualquier sitio para acampar, y todo el mundo tenía claros los requisitos mínimos deseables: abundante arbolado con la consiguiente sombra, un curso de agua potable (río, arroyo, manantial…), terreno accesible para los coches, llano y poco pedregoso, cercanía a una carretera y posibilidad de aparcar los vehículos a la vista, y a ser posible a la sombra, claro está. Los ecologistas de hoy se habrían llevado las manos a la cabeza ante estos despropósitos, pero hace casi medio siglo no había ecologistas y sí domingueros, que éramos los amos de la tierra, de la tierra española, por lo menos.



Una vez encontrado el espacio idóneo de acampada y estacionados los coches con seguridad sobre el terreno (primera velocidad engranada, freno de mano y gruesas piedras trabando las ruedas traseras, delanteras, o ambas), comenzaba la tarea de colonización propiamente dicha, con el acarreo de materiales de intendencia y de víveres. De los maleteros de los utilitarios iban apareciendo como por ensalmo cojines, sillas, tumbonas y mesas plegables de aluminio, livianas como plumas -y de chillones colores y estampados que hoy nos hieren la vista incluso en las fotografías en blanco y negro-; bolsas, cestos y canastos; tarteras y cacerolas de todo tipo y condición; neveras portátiles, ya mencionadas, que probablemente habían perdido horas atrás su capacidad de enfriar las bebidas encomendadas; manteles, mantas y esterillas para tumbarse; platos, vasos y cubiertos auténticos (el plástico todavía no se estilaba en el menaje); termos llenos de café, que al igual que las neveras portátiles a duras penas podrían mantener durante horas la temperatura original del líquido; balones, cubos y palas de plástico para los juegos de los niños, que nada más bajarnos de los coches ya estábamos crispando a los adultos con nuestras peticiones y demandas…






Hombres y mujeres se empleaban frenéticamente en la tarea de levantar el campamento haciendo innumerables viajes a los maleteros de los coches, y en cuestión de minutos todos los enseres acarreados se cubrían de una capa de polvo denso y de panochas de pino, cuando no de insectos, pues como es natural las moscas, las avispas y las hormigas proliferaban a sus anchas en estos escenarios campestres. Por ello la necesidad de disponer de cursos de agua potable muy cercanos se volvía imprescindible, no sólo para limpiar los utensilios y mantener relativamente frescas las bebidas o las frutas, sino sobre todo para la higiene personal y para que los menores pudieran solazarse a la vista de los padres sin producirles demasiados quebraderos de cabeza. Eventualmente, algunos cabezas de familia aprovechaban también su tiempo libre para lavar los coches. Sin embargo, poca higiene y garantías de potabilidad podía esperarse en un modesto curso de agua en el que abrevaban miles de domingueros simultáneamente, de manera que mientras unos se lavaban los pies o remojaban las alfombrillas de goma de sus utilitarios en las cotas más altas de la corriente fluvial, en las cotas inferiores otros infelices hacían lo propio en unas aguas ya no tan limpias como podía parecer a simple vista. Era mejor no pensar en ello para no amargarse el día.



Los niños éramos quienes, obviamente, menos podíamos advertir estos inconvenientes, y disfrutábamos como energúmenos chapoteando en las aguas de los arroyos y riachuelos, a veces nos caíamos, nos empapábamos las ropas y después de las oportunas regañinas familiares nos dejaban en ropa interior para el resto del día y así, medio desnudos y descalzos correteábamos dando gritos por el campo como tribus salvajes y nos aventurábamos en los territorios vecinos conquistados por las tribus domingueras rivales, y hacíamos buenas migas con otros niños desconocidos a los que nunca volveríamos a ver, y formábamos numerosas y desaliñadas hordas infantiles que lo arrasaban todo a su paso. Sobre las dos o las tres de la tarde nos llamaban para comer, para nuestro fastidio, pues no queríamos comer, sino sólo seguir revolcándonos en el fango y en el musgo fresco de la campiña.




 
Nunca comíamos de bocadillo ni encendíamos fuego, y las viandas que a los adultos debían de saberles a gloria en aquellos ámbitos campestres tan ajenos a la ciudad en la que trabajaban de lunes a sábado, a nosotros nos resultaban particularmente detestables, pues todo tenía un acentuado regusto a tierra y a polvo, y los alimentos que habitualmente se comían fríos estaban calientes, y los que se comían calientes estaban fríos, y otro tanto sucedía con los refrescos o el agua, tan recalentados y dulzones que en lugar de atenuar la sed la provocaban. Sillas y mesas se tambaleaban sobre la superficie pedregosa del terreno, y no era infrecuente que se derramasen líquidos y se cayesen sólidos cuando alguien no calculaba bien los movimientos y maniobraba con cierta brusquedad buscando una botella de fanta, un trozo de tortilla o un pedazo de filete empanado. Si el agente desestabilizador era un adulto, siempre estaba disculpado y se desataban las risas entre los demás comensales, pero si el causante del desaguisado era un menor, a nadie le hacía gracia y la bronca era inminente.



Finalizada la comida se lavaban en el arroyo los enseres y se guardaban, pero no se levantaba todavía el campamento. Algunos adultos se entretenían con la conversación de la sobremesa, mientras que otros se alejaban unos metros para echarse la siesta sobre una manta, tumbona o esterilla a la sombra de un árbol. A los niños ya no nos dejaban chapotear en el agua ni realizar ejercicios bruscos, por aquello del corte de digestión, que con los años ha devenido en una monumental falacia sin rigor científico alguno, inventada por los domingueros españoles de los setenta para atar corto a sus vástagos. 




Al principio la tarde se hacía pesada, lánguida y plomiza en su lento discurrir de las horas hasta el momento del regreso. Pero este sopor no duraba mucho tiempo. Colgados de las ramas bajas de los árboles con sus antenas extendidas empezaban a sonar los transistores, aquí y allá, en todos los campamentos domingueros de las proximidades, y aunque no existían entonces muchas emisoras de radio en España, por alguna desconocida y estúpida razón en cada parcela de terreno colonizada se sintonizaba una estación diferente, de manera que una algarabía discordante de voces y de músicas atronaba el ambiente y terminaba por prostituir la plácida calma de la tarde dominical. Locutores histéricos de voz gangosa radiaban los partidos de liga que se disputaban a la misma hora en todos los campos de fútbol de España, y puntualmente iban informando a gritos de los pormenores del juego, ¡gol en Altabix!, ¡penalti en La Condomina!, ¡descanso en el Benito Villamarín! En otras emisoras, las menos, chisporroteaban canciones mal sintonizadas que ya eran antiguas, demasiado antiguas, incluso en los primeros setenta, y que seguramente no sobrevivieron a la muerte de aquel general acartonado que regía los destinos del país. Pero la maldición implícita que arrastrábamos los domingueros adonde quiera que fuésemos era nuestra propia aparatosidad deliberada de tropa estruendosa, energúmena y grotesca, tan incompatible con las virtudes del sosiego y el silencio que cabía esperar en el campo. La naturaleza y los domingueros resultábamos completamente incompatibles por definición. Para esto, tanto nos daba habernos quedado el domingo en Madrid.


 



Sin embargo, las emociones más fuertes y desagradables de la jornada estaban todavía por venir. Y venían rápido, y precipitadamente, cuando los transistores comenzaban a apagarse uno detrás de otro y en su lugar sonaban ahora las voces de los padres llamando a sus hijos, se multiplicaban los chirridos metálicos de las sillas, mesas y tumbonas al plegarse, el entrechocar de los cachivaches y el abrir y cerrarse de las puertas y los maleteros de los automóviles. Lo siguiente que se escuchaba ya era, sin más demora, el sonido de los motores al arrancar y los neumáticos que crujían sobre la tierra de los caminos levantando intempestivas polvaredas y envenenando la atmósfera con los vapores letales de la gasolina pobre de ochenta y cinco octanos. Y como si de pronto se hubiera producido una estampida incontrolable que amenazase con fagocitar a todo el mundo, quienes aún no habían empezado a pensar en el regreso cambiaban miradas de preocupación entre sí, o más bien de alarma, ante lo que se avecinaba de vuelta a casa. No serían más allá de las seis o las siete de la tarde y el sol aún brillaba  intenso y cegador en el cielo mesetario, pero los escasos transistores que todavía continuaban emitiendo se encargaban oportunamente de confirmar los peores pronósticos informando de las kilométricas retenciones que ya empezaban a gestarse en las carreteras de acceso a Madrid. Decenas de miles de domingueros ahítos de sol, de tortilla y de tintorro se aprestaban al asalto motorizado de la capital desde los cuatro puntos cardinales. La inmensa mayoría de ellos llegarían -llegaríamos- a nuestras casas completamente exhaustos ya bien entrada la noche.




ESPAÑA EN LA CARRETERA (1961)

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En 1959 se crea en España la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, que viene a sustituir en las tareas de vigilancia y control de las carreteras a la Policía Armada y de Tráfico (PAT), denominación oficial de la policía gubernativa creada por el nuevo Régimen vencedor de la guerra civil. No parece, por tanto, que la sección policial o los miembros del Cuerpo derivados a las labores del tráfico constituyesen una policía de carretera excesivamente cualificada ni específicamente formada para esta tarea, de todos modos no tan estratégica en la época, ante el modesto volúmen del tránsito rodado en la posguerra como consecuencia de la escasez de vehículos, repuestos y combustible. En cambio, su nombre genérico de Policía Armada (los temibles grises), resultaba tan intimidatorio como redundante, muy del gusto del Régimen, como si fuera posible concebir acaso una policía desarmada, y menos aún en aquel Estado militarizado y autoritario que sólo podía sostenerse por la fuerza y la represión del Ejército y de otros cuerpos de seguridad.




Con la creación de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, en cambio, ya se apuesta decididamente por un Cuerpo exclusivo y cualificado orientado a las labores específicas de una policía de carretera propiamente dicha, si bien la Benemérita llevaba patrullando por los caminos y carreteras españolas a pie, a caballo o en bicicleta desde su fundación, un siglo antes.

A mediados o finales de la década de los cincuenta comienza en España el fenómeno conocido como desarrollismo, que tanto habría de cambiar la realidad económica y social del país, y cuyo reflejo obviamente habría de sentirse también -y sobre todo- en sus vehículos y carreteras. De una parte, la irrupción del turismo internacional en un entorno favorable de sol, playas, paisajes y excelente gastronomía a precios muy asequibles para los visitantes procedentes de naciones con mayor renta per cápita. De otra, la imparable motorización española, que comenzaría en 1957 con la aparición del popular Seat 600 y que se iría ampliando en años sucesivos con la fabricación nacional o la importación de otros modelos utilitarios de diferentes marcas. Sin embargo, España seguía siendo todavía un país en vías de desarrollo -un eufemismo para soslayar la realidad de que se trataba de un país subdesarrollado-, con unas infraestructuras obsoletas e ineficientes para las necesidades modernas de los tiempos que ya se avecinaban.

La mayor parte de las carreteras eran tercermundistas, y aunque se habían empezado a acometer ambiciosas  mejoras muy limitadas de presupuesto, la red viaria nacional difícilmente podía adaptarse a las necesidades de comodidad y seguridad que demandaba el notable incremento del tránsito rodado. El parque móvil se rejuvenecía rápidamente auspiciado por la bonanza económica, pero todavía era muy antiguo un alto porcentaje de los automóviles que rodaban por unas carreteras en las que también circulaban con excesiva frecuencia vehículos de tracción animal, como carros y caballerías (en el año 1959 había censados en España un millón de carros, cifra superior a la de los vehículos automóviles).
 

  
Un país que despertaba del largo letargo de su posguerra tampoco estaba preparado para que miles de conductores noveles e inexpertos con sus utilitarios recién adquiridos se lanzasen a las carreteras, lo que unido a los problemas y deficiencias anteriormente descritos ofrecía un panorama desolador en cuanto a los accidentes y víctimas del tráfico (1.678 muertos en 1959 para un parque de apenas 900.000 vehículos automóviles), cifras unas y otras que irían incrementándose progresivamente en la década de los 60. Esta realidad incontestable fue la que motivó, entre otras actuaciones técnicas, la necesidad de la creación de un cuerpo específico como la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil.





El nacimiento de esta moderna policía de carretera fue ampliamente divulgado y promocionado de manera entusiasta por todos los medios de comunicación de la época, tanto gubernamentales como privados, pues de hecho se trataba de un acontecimiento de importancia capital que venía a abundar en la imparable modernización y desarrollo del país. En 1961 se realizó el completo reportaje cinematográfico en color que motiva esta nueva entrada del blog, y del que hemos obtenido la mayor parte de los fotogramas ilustrativos. Un documento audiovisual de un valor incalculable porque, entre otras cosas, nos permite observar con gran detalle y en movimiento los vehículos, carreteras y otros elementos asociados de la España de hace más de medio siglo. También nos muestra la filosofía original y predominante de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil y de las autoridades competentes en la materia, una filosofía más orientada a la prevención y socorro de las víctimas de la carretera que a la mera instrucción punitiva y recaudatoria de las infracciones, como lamentablemente sucede en la actualidad, aunque habrá quienes discrepen de esta interpretación.

Dicho documento audiovisual, hoy propiedad de la Filmoteca Española y titulado Hombres del Tráfico (incluimos la inserción del video en Youtube al final del post), resulta especialmente curioso, además, por el desvaído color de las imágenes como consecuencia de la transformación de la película original (seguramente en tecnicolor) al formato digital contemporáneo, hasta el punto de que en algunas escenas predomina el blanco y negro y otras parece que han sido coloreadas con posterioridad. En los siguientes fotogramas que hemos seleccionado, y que comentaremos brevemente, pueden apreciarse estos detalles cromáticos tan peculiares.




La famosa gasolinera de Puerta de Hierro (Madrid), lamentablemente desaparecida hace muchos años, en la intersección de las carreteras de La Coruña y El Pardo.



Un transporte de siete unidades de Seat 1400 por las calles de Barcelona. 




Infortunados Seiscientos  involucrados en accidentes de tráfico.


Estampa típica de la España de la época, con el cartel de carreteras, el guardia civil de tráfico, el hito kilométrico de piedra y el paisano montado en el burro. 


Un haiga con problemas en la carretera. La Guardia Civil de Tráfico se apresta a socorrerle. 


Los pasos ferroviarios a nivel, con barreras o sin ellas, eran uno de los elementos más comunes y peligrosos de las carreteras españolas hace medio siglo. 


Aspecto del tráfico en una carretera bajo la atenta vigilancia del motorista de la Benemérita con su Sanglas reglamentaria.



Los hombres de Tráfico en acción. 



VER DOCUMENTAL HOMBRES DEL TRÁFICO (1961)




LA ESPAÑA DE LOS AÑOS 60 EN VIDEOS ALEMANES

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En los años 60, ciudadanos alemanes en viaje de negocios o de turismo por España, grabaron algunas cortas secuencias de película (seguramente en formato Súper 8) con sus tomavistas, que así es como se denominaban entonces estas máquinas antecesoras de las actuales videocámaras. Tal vez no fueran necesariamente personas de nacionalidad alemana, pero al menos estos fragmentos de película los hemos encontrado por casualidad, entre otros miles de ellos de distintas épocas y países del mundo, en una web alemana que los ofrece al nada módico precio de 53 euros la unidad, aunque en la mayoría de los casos estas grabaciones tengan una duración comprendida entre los 3 segundos y el medio minuto como máximo. Se comprueba que originalmente varias de estas grabaciones han sido fragmentadas de películas homogéneas de mayor duración, hasta el punto de que uniendo dichos fragmentos podría recomponerse la grabación completa en cada caso. Avaricia comercial, podríamos denominarlo, y por este motivo, aunque en principio anunciamos en nuestra página de Facebook EN LA CARRETERA (en donde hemos ido subiendo regularmente los fragmentos), que divulgaríamos el enlace a la web alemana, finalmente no lo haremos, para no concederles una publicidad gratuita que en absoluto se merecen.




Sin embargo, no existiendo ningún impedimento técnico para la descarga de estos brevísimos fragmentos de película, lo que hemos hecho ha sido bajarlos al ordenador, posteriormente recopilarlos y montarlos en un único video de cinco minutos de duración y subirlos a YouTube. No hemos manipulado los fragmentos de película ni suprimido las marcas de agua que llevan sobreimpresionadas, con lo cual no creemos haber infringido ningún derecho de copyright con este trabajo de recopilación.

La mayoría de estas tomas originales en celuloide, posteriormente digitalizadas con las modernas técnicas actuales de procesamiento audiovisual, fueron grabadas tanto en blanco y negro como en color en las calles de las ciudades de Madrid y Barcelona, y pueden datarse sin dificultad en los años 60 del pasado siglo, con la excepción del primer fragmento, grabado en la capital catalana en los años 30. Los últimos fragmentos, también de los años 60, fueron filmados en algún ámbito rural de Andalucía que por el momento no hemos intentado identificar. Algunos de los fragmentos recopilados contenían audio, pero al montarlos en nuestro video este audio se ha perdido por razones técnicas desconocidas, con lo cual hemos considerado el video íntegro mudo, sin que nos hayamos tomado el trabajo de añadirle una banda sonora, del todo innecesaria, ya que el enorme interés de las imágenes debe primar por encima de todo. 



Unas imágenes que nos muestran el tránsito rodado en Madrid y Barcelona (y en una carretera de alguna provincia andaluza) en la época, con la consiguiente exhibición de elementos urbanos y de vehículos rodantes de todo tipo hoy convertidos en reliquias históricas. Motocicletas, taxis, autobuses, camiones, autobuses, turismos y tranvías desfilan en constante movimiento ante el objetivo de la cámara tomavistas que portaba un individuo anónimo verdaderamente interesado en capturar la vida cotidiana de la España de aquel tiempo. Muy probablemente se trataba de un turista, alemán o de otra nacionalidad, y sorprende la increíble calidad de las películas, en especial las rodadas en color, lo que evidencia que disponía de unos medios técnicos muy avanzados para la época. Durante mucho tiempo los noticiarios del NO-DO nos habían ofrecido escenas semejantes del tránsito rodado en las ciudades y carreteras españolas, pero por lo general siempre en blanco y negro, y cuando excepcionalmente lo habían hecho en color la calidad era muy inferior a la obtenida por este reportero desconocido. 



No menos interesantes ni sorprendentes, en profundo contraste, además, con las escenas urbanas anteriormente descritas, los últimos fragmentos recopilados en el video, rodados en color en un ámbito rural andaluz por el que aparecen camiones Ebro y Nazar, pero sobre todo diferentes paisanos, auténticos arquetipos del campesinado español, desplazándose por la carretera a lomos de sus caballerías y portando diversas mercaderías agrícolas. Unas estampas costumbristas de otro tiempo que ahora nos parece muy lejano, aunque sólo nos separe de él apenas medio siglo.

COSTA BLANCA (Alicante). Año 1958. Filmoteca Española.

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Seguimos descubriendo verdaderas joyas documentales de la historia contemporánea de España relacionadas con la carretera en los archivos públicos digitalizados de la Filmoteca Española. En este caso el hallazgo no es nuestro, sino de uno de nuestros seguidores de la página de Facebook EN LA CARRETERA, pero tanto da. Lo interesante es encontrar estos reportajes entre cientos de ellos y divulgar el descubrimiento para que pueda ser disfrutado colectivamente. Y además, en esta ocasión, semejante hallazgo nos resulta especialmente oportuno para elaborar sin demasiados quebraderos de cabeza la correspondiente entrada mensual del blog.

Tampoco se complicaron excesivamente la vida los realizadores del reportaje. Apenas diez minutos de película en color y un guión muy sencillo para mostrarnos rápidamente los lugares más emblemáticos de la Costa Blanca alicantina, cuando todavía no había sucumbido al furor destructivo del turismo, que en los años siguientes transformaría para siempre, y a peor, la fisonomía de la zona.

Dos señoritas supuestamente francesas (pero que en realidad son españolas, como se lee en los créditos previos de la película) recorren esta franja de la costa mediterránea a bordo de un Renault 4-4 con matrícula igualmente francesa (aunque con toda seguridad falsa, o por lo menos imaginaria), y partiendo de Oliva (Valencia) van haciendo diversas escalas en Denia (y erróneamente dicen que esta población guarda restos celtas y romanos, cuando en realidad son fenicios y romanos), Jávea/Xàbia, Cabo de la Nao/Cap de la Nau, Moraira, Calpe/Calp, Castell de Guadalest (pintoresca localidad del interior), Altea, Villajoyosa/La Vila Joiosa, Benidorm, Playa de San Juan/Sant Joan, Alicante/Alacant, y Elche/Elx, cuya visita al célebre Palmeral da por finalizado su viaje y el reportaje, dando a entender que regresan a Francia en su simpático Renault 4-4 de matrícula falsa (o por lo menos imaginaria). 




Pero a pesar de su sencillez, e incluso candidez -o precisamente por ello-, muy del gusto de la época, este reportaje resulta delicioso y evocador, y casi sesenta años después nos permite comprobar qué poco queda de aquel territorio, entonces casi virgen, y hoy absolutamente devastado e irreconocible por culpa de los desmanes urbanísticos del turismo. No hemos podido resistir la tentación de descargar el reportaje y subirlo a Youtube para poder ofrecerlo por aquí. Que lo disfrutéis al menos tanto como lo hemos disfrutado nosotros.






LA CARRETERA MADRID-VALENCIA EN LOS VUELOS AMERICANOS (1945-1946), (1956-1957). 1ª PARTE. VALLECAS-ARGANDA


IV TROFEO VESPA "LAS 20 PROVINCIAS" (1961)

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La Vespa (avispa, en italiano), es el escúter más célebre de todos los tiempos y el vehículo de dos ruedas más popular de la Europa de la posguerra, una popularidad extendida e incrementada en los decenios siguientes hasta alcanzar la categoría de icono cultural universal, trascendiendo así su modesta identidad de vehículo utilitario, humilde y proletario. Nacida en Italia en el año 1946, llegaría a España pocos años después para convertirse en un elemento imprescindible de la motorización nacional, anticipándose a la verdadera revolución desarrollista que supondría la fabricación del Seat 600, también de origen italiano. Como italiana era la Lambretta, otro escúter emblemático de la época que tuvo enorme aceptación en nuestro país, aunque  no alcanzó el éxito y la reputación superlativos de la Vespa.

Pero en todo caso estamos hablando de unos vehículos concebidos fundamentalmente para una utilización urbana y que, sin embargo, fueron capaces de trascender también ese ámbito limitado para afrontar el reto de los viajes por carretera e incluso aventurarse en veleidades deportivas que a priori habría podido parecer que estaban fuera de su alcance. Pero nada más lejos de la realidad, porque el ser humano, siempre ávido de emociones fuertes -y pocas emociones más fuertes que el riesgo de la velocidad-, nunca ha desdeñado la posibilidad de competir con sus semejantes manejando los diferentes vehículos (con motor o sin él) de los que ha dispuesto en cada momento concreto de la Historia.



¿Una carrera cronometrada de 3.000 kilómetros por etapas a través de veinte provincias españolas y sus correspondientes carreteras tercermundistas de los años sesenta a lomos de una Vespa? ¿Y porqué no? A fin de cuentas, existen antecedentes todavía más terribles, como por ejemplo la carrera ciclista Madrid-Valencia (350 kms.), en una sola jornada, que se celebraba en los años cuarenta del pasado siglo, en pleno verano, con temperaturas abrasadoras, pesadas bicicletas de hierro, a través de una carretera nacional ruinosa y con una exigencia física para los participantes digna de superhombres. En comparación con esto, el Trofeo Vespa de las 20 provincias podía considerarse casi una plácida gira turística guiada, con las Vespas escrupulosamente puestas a punto al comienzo de cada jornada por los mecánicos de los distintos equipos participantes, con etapas relativamente cortas que no solían superar los 300 kms. (aunque por aquellas deficientes carreteras españolas de la época estos kilómetros se hiciesen muy arduos, y más luchando contra el cronómetro), con comidas y cenas en restaurantes y pernoctaciones en hoteles de cierto nivel. Más que una exigente competición deportiva,podría parecernos un pasatiempo lujoso para señoritos ociosos llegados de toda Europa para disfrutar y divertirse con sus Vespas a lo largo y ancho de la geografía española.

En las diferentes imágenes de este completo reportaje de la Filmoteca Española dedicado a la carrera no vemos rostros crispados por el cansancio de la ruta, ni cuerpos contrahechos después de varias horas conduciendo aquellas Vespas incómodas que estaban pensadas para cortos trayectos urbanos, ni gestos airados por la rivalidad y competencia de unos participantes hacia otros como consecuencia de las exigencias de la prueba, sino todo lo contrario. Todo el mundo está sonriente, relajado y feliz, como si los resultados y clasificaciones en la competición fuesen irrelevantes y se tratase sólo de disfrutar de la gastronomía, del aire y del sol de España y de sus variados paisajes. 



Unos paisajes, y unos escenarios de la red viaria española que hoy, más de medio siglo después, nos resultan muy interesantes a los aficionados al patrimonio histórico de nuestros vehículos y carreteras de antaño. En los casi catorce minutos de duración del reportaje podemos disfrutar de la contemplación de estos vehículos ya extinguidos, pero también, y sobre todo, de aquellos elementos de las carreteras igualmente desaparecidos en su mayor parte (hitos kilométricos, casillas de peones camineros, vetustas señales de tráfico, antiguas travesías de poblaciones...), unos elementos ya históricos -o arqueológicos, incluso, podríamos decir-, que formaron parte de nuestra historia más reciente.

En comparación con otras naciones europeas, España era todavía a comienzos de los años sesenta un país eminentemente agrícola y en vías de desarrollo. El parque móvil resultaba escaso y anticuado, las carreteras precarias, inseguras y muy limitadas en cuanto a señalización y otros elementos auxiliares (nótese la ausencia generalizada de señalización horizontal en el firme, incluso en las vías principales), las obras públicas indispensables para la mejora de la red estaban aún en una fase incipiente de su ejecución, y en general el país presentaba severas carencias en todas sus infraestructuras básicas. 

  
Sin embargo, como hemos sido siempre un país exótico, sin complejos, sin vergüenza ajena y con un punto característico de exhibicionismo narcisista, el hecho de acoger eventos deportivos de motor como el que nos ocupa supuso en su día una magnífica oportunidad de promoción internacional y un escaparate inmejorable para mostrarnos al mundo no como éramos, sino cómo pretendíamos ser en un futuro inmediato. Y naturalmente la prensa nacional se prestaba entusiasta a reflejar estos acontecimientos con todo lujo de detalles. Es el caso de este recorte del diario La Vanguardia de Barcelona, fechado el 13 de junio de 1961, en el que se informa de la inminente llegada de los participantes de la carrera a la ciudad condal. 


Hoy en día la mayoría de nosotros no estaríamos dispuestos a ir en una Vespa mucho más allá de la esquina a comprar el pan, pero cuando elhumilde y simpático escúter italiano hacía furor en las ciudades y carreteras de todo el mundo y suscitaba la envidia de quienes aún no habían podido motorizarse y esperaban pacientes en las paradas de autobús, algunos iluminados vespistas se inventaron esta prueba cronometrada por etapas a través de la vieja piel de toro. La Filmoteca Española nos ha dejado un documento audiovisual en color de un valor incalculable acerca de tan apasionante desafío.





   

LOS HITOS KILOMÉTRICOS DE NUEVOS MINISTERIOS (MADRID)

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En el madrileño parque de Nuevos Ministerios, situado junto al Paseo de la Castellana en el distrito de Chamberí, y donde se ubican los ministerios de Fomento y Empleo y Seguridad Social, se encuentra una pequeña zona donde se han reunido un conjunto de hitos kilométricos de distintas épocas, desde los pétreos más antiguos hasta los metálicos más modernos, pasando por los años intermedios del llamado «Plan Peña». Además, en el centro de este lugar se conserva también, y en buen estado, una vetusta máquina apisonadora. Un lugar y una visita que, sin lugar a dudas, creemos que serán apreciados por los amantes de la carretera, su historia y sus elementos y vestigios.

Unos meses antes de la publicación de este artículo, descubrimos navegando por Internet este lugar por casualidad, del que no teníamos constancia. Una vez averiguamos dónde se encontraba, decidimos dejarnos caer por allí, cámara en mano, para documentar, enseñar y disfrutar de este pequeño museo al aire libre.

Justo a la entrada de la zona donde se encuentran los hitos, esta placa recibe al visitante, informando acerca de la antigüedad de los hitos que se exhiben. Si se encuentra en lo cierto, podremos ver hitos vigentes desde la década de 1930.


Vamos a recorrer los hitos en el orden en el que se han dispuesto en el parque, y posteriormente veremos la apisonadora. Sin más dilación, comenzamos. Este es el primer grupo de hitos que vamos a ver:


Los primeros hitos son de los más modernos; son hitos miriamétricos (los que contienen puntos kilométricos múltiplos de 10) de los años 90, de las carreteras N-I (Madrid a Irún), N-II (Madrid a Francia por Barcelona) y N-III (Madrid a Valencia). Atendiendo a los kilometrajes, el primero habría sido traído del término municipal de Cerezo de Abajo (Burgos), su ubicación original; el segundo vendría del término de Almadrones (Guadalajara), y el tercero del término de Saelices (Cuenca). 


Cada uno de los hitos corresponde a una época determinada. En el de la N-III figura el escudo de España, que es el modelo actual de este tipo de hitos.



En el de la N-II figura la leyenda «MOPT», que significa «Ministerio de Obras Públicas, Transportes [y Medio Ambiente]», que es el nombre que tenía el Ministerio de Fomento entre 1993 y 1996.


Y en el de la N-I, aparece «MOPU», es decir, «Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo», que es el nombre que el ministerio recibía entre 1977 y 1993.


Curiosamente, en los tres hitos, aparece en la cara trasera la misma fecha, supuestamente, de fabricación: «II-95», febrero de 1995, además de la empresa que los fabricó. ¿Es esa fecha realmente la de fabricación, o fue quizá la fecha en la que se trajeron aquí los miriamétricos?

 

Retrocedemos en el tiempo, entre 1939 y los años 80, cuando se encontraba en vigencia un determinado tipo de hitos pétreos triangulares y de remate esférico de color según la categoría de la carretera donde estuviese (rojo para nacionales, verde para comarcales, amarillo para locales), y con un cajetín del mismo color anterior donde se representaba la clave de la carretera y, debajo, el punto kilométrico. Este modelo de hitos se reflejaron por primera vez en el llamado «Plan Peña», que entre otros aspectos definió un nuevo modelo de señalización de las carreteras, incluyendo los hitos kilométricos.

En Nuevos Ministerios podemos ver tres de este tipo; este es el primero de ellos. No hay ningún resto de pintura en él, por lo que no se puede saber ni de qué carretera procede, qué categoría tenía o cuál era el punto kilométrico.


El segundo tampoco tiene restos de pintura que indiquen su procedencia, pero una pista podemos encontrarla en la peculiar forma del remate esférico, la cual no era la habitual. La forma común (y que especificaba la normativa) era la que podíamos ver en el hito anterior, esférica completamente, así que no sabemos el por qué de esta forma especial, pero como hemos dicho, sí podemos intuir de qué lugar procede: este tipo de hitos podía (y puede verse, aunque quedan muy pocos) en la provincia de Cuenca, y no tenemos constancia de que este tipo de hitos existiera en otros lugares de España.


Con el tercero, volvemos a la forma común y reglamentaria. En esta ocasión, si uno se fija muy bien en la superficie del hito, podrá distinguir restos de pintura roja, por lo que este hito habría pertenecido a una carretera nacional. Afinando aún más la vista, incluso en uno de los cajetines podría distinguirse la inscripción «N-II». Y aunque, aparentemente, debajo de ese cajetín hay algún resto de pintura negra correspondiente a la cifra del punto kilométrico, la vista no nos llega a tanto como para aventurarnos a decir cuál pudo ser.



Detalle de la cara del hito donde quedan mínimos restos de las inscripciones:


Seguimos retrocediendo en el tiempo, a antes de 1939. La tipología de este hito de planta también triangular, pero con otro tipo de remate, surgió en 1926, cuando en España se creó el Circuito Nacional de Firmes Especiales (CNFE, o C. N. de F. E.), que reunió las carreteras de los itinerarios más importantes de la época (los que conectaban los principales núcleos de población) para su mejora y adecuación para el tráfico de automóviles. Con este tipo de hitos se jalonaban esas carreteras elegidas, aunque en los años 30, este modelo de hito acabó generalizándose, y en varias carreteras que no formaban parte de Circuito también se dispusieron. Por lo tanto, la procedencia de este hito se antoja dudosa: ¿se colocó en una carretera del Circuito o proviene de otra ajena a este?


El siguiente hito es (o puede ser) aún más antiguo. El modelo de este tipo de hitos, con forma de prisma de base cuadrada y más pequeño que los que hemos visto, ya aparecían definidos en el siglo XIX. Concretamente, en el manual Carreteras de Manuel Pardo, editado en 1892, que recopilaba las técnicas de construcción, conservación y trazado de carreteras que se utilizaban entre finales del siglo XIX y principios del XX. Si nos atenemos a la placa que mostramos al comienzo del artículo, el hito sería de los años 30, pues este modelo convivió con el del CNFE anteriormente mostrado, aunque bien podría ser más antiguo.


Del tipo de hito más antiguo que podemos ver, a uno de los más modernos de todos. Es una placa metálica según el modelo actual de hito kilométrico vigente, aunque con el anterior tipo de letra al que vemos hoy, que representó el punto kilométrico 279 de la N-122 (Zaragoza a Portugal por Zamora), situado en el término de Castrillo de la Vega (Burgos). En la parte posterior, se ve la supuesta fecha de fabricación, que igual que los miriamétricos, es febrero de 1995. Que la fecha de fabricación, la empresa fabricante y la leyenda de «Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente» sean exactamente iguales en todos los hitos modernos nos parece demasiada casualidad, y nos crea cierto escepticismo en cuanto a su veracidad.


Justo a su lado, un pequeño hito reflectante, como los vigentes actualmente, aunque es de suponer que tiene cierta antigüedad, por el tipo de letra del «5» que figura (mismo tipo que el hito de la N-122). En los hitos reflectantes solían, y suelen, figurar los hectómetros (100 m) en los que se dividen los kilómetros, como otrora lo hicieran los pequeños hitos hectométricos de piedra. En concreto, este era el hectómetro 5, el punto medio entre hitos kilométricos.


Ahora abordamos el segundo grupo de hitos, que se presumen todos ellos anteriores a 1939, por su estilo y forma:


La forma de casi todos ellos nos resulta familiar, ya la hemos visto anteriormente: el triangular definido por el CNFE en 1926 y los cuadrados definidos por el manual Carreteras en 1892. Algunos de ellos han llegado a nosotros en mejores condiciones que otros. No hay forma de saber su procedencia, pero por el color rojo que cubre la parte superior de algunos de ellos, quizá vinieron de alguna carretera nacional.





Solo un hito llama la atención, por su forma y envergadura; en la foto de grupo lo vimos de espaldas. Este no es un hito kilométrico, sino que se trata de un hito delimitador de provincias; es decir, estos hitos se ponían en los límites entre provincias para indicar al conductor que se adentraba en una provincia determinada, al igual que hoy informan de ello esos cartelones verdes donde aparece la autonomía y/o la provincia. Este modelo de hito, de planta triangular y con un remate en forma de pirámide también se definió en el citado manual Carreteras. Y este hito, en concreto, fue traído de alguna carretera que atraviesa el límite entre las provincias de Albacete y Ciudad Real. Pocos hitos de este tipo y modelo se conservan en sus lugares de origen, aunque alguno queda.


Con esto hemos terminado la ronda por varias décadas de historia reflejada en hitos diversos, aunque la visita no ha terminado, ya que aún queda por ver la apisonadora que preside este rincón del parque de Nuevos Ministerios. Es una máquina fabricada en el año 1900 en Barcelona por la empresa Comercial Marítima y Terrestre, y aún conserva su placa de matrícula: MOP-13385.


La información puede verse en una placa en el frontal derecho de la máquina.


El estado de su conservación es bueno, a excepción de algunas pintadas y restos de las mismas.









Con esto, ahora sí, damos por terminada la visita al parque de Nuevos Ministerios. Si algún día tenéis la oportunidad de pasar por allí, lo recomendamos, pues además de poder disfrutar en persona de estos pequeños vestigios de la historia de la carretera en España, es un lugar tranquilo apto para el paseo y el descanso. Nos alegramos enormemente, teniendo en cuenta la «afición» predominante que existe hoy de retirar todos los antiguos hitos que existen en las carreteras de determinados lugares de España, de que las autoridades se hayan preocupado de recoger y preservar en la capital una pequeña muestra de estos hitos, para que no caigan en el olvido.

HITOS 46 Y 246 DE LA N-III. De la realidad a la ficción.

N-330 (ALICANTE-ALMANSA): «CONEXIÓN AL CENTRO»

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«N-330, conexión al Centro: historia y vestigios de la N-330, tramo Alicante-Almansa»
Un trabajo académico a cargo de Rubén Abad Ortiz y José Vicente Garberí Buitrón para la Universidad de Alicante


ÍNDICE DE CONTENIDOS:

     5.1.Villena
     5.2.Elda



RESUMEN

El objetivo principal del presente documento consiste en la realización de un estudio sobre el tramo de la N-330 en el tramo que conecta las ciudades de Almansa y Alicante. Se espera que este documento sea un testimonio de la evolución que ha experimentado el Corredor Alicante-Almansa a lo largo del tiempo, una evolución que corre peligro de ser olvidada en las fauces del tiempo como víctima de la construcción y planificación moderna de infraestructuras. Es por ello que este trabajo pretende poner en valor su implicación como uno de los principales elementos de crecimiento urbanístico, económico e industrial de la provincia de Alicante.

Palabras clave: N-330, historia, patrimonio, conservación


1. Introducción, objetivos y motivación

En el siguiente documento se expondrá, con todo tipo de detalles, la historia, desde el siglo XVIII hasta la actualidad, de las infraestructuras viarias existentes en el corredor Alicante-Almansa, a su paso por algunas localidades de interés como pueden ser Villena, Elda, Novelda o Monforte del Cid entre otras. Se expondrá la historia de cada construcción presente en la zona, relacionándola con las variables que permiten el establecimiento de estas infraestructuras, tales como la población, el comercio y otros factores de interés. De este modo, podremos llegar a conocer la historia de estas poblaciones, y de qué forma los correspondientes desdoblamientos de la carretera que pasan por estas ciudades, han ayudado al crecimiento de las zonas en cuestión.

Otro aspecto de interés consistirá en, un recorrido pormenorizado por el patrimonio histórico que han dejado estas vías a lo largo del tiempo, teniendo en cuenta la huella que han dejado dichas infraestructuras sobre las poblaciones por las que pasa, y se propondrán propuestas de conservación para evitar el olvido de estas pequeñas partes de historia, que, en la práctica, suelen estar olvidadas de forma general por parte de la población. Sin embargo, hay que tener en cuenta también que ciertos puntos han llegado a tener una significancia especial para la población en sí. Dichos puntos serán analizados en apartados independientes al fin de que queden explicados de una forma concisa y adecuada.

El corredor Alicante-Almansa es una vía de comunicación terrestre que tiene un papel fundamental en la vertebración viaria de la provincia de Alicante. La principal función del mismo es la de disponer de una vía en la cual todas las mercancías procedentes del centro de España converjan hacia la misma provincia sin la necesidad de realizar el transporte a través de costosas alternativas. También realiza un cierto papel a la hora del transporte en el hecho de que, sin ese corredor, el «hinterland» del Puerto de Alicante se vería muy mermado, al no existir un tráfico de mercancías hacia el centro de España, uno de los principales ejes comerciales existentes en la actualidad. Aparte de ello, también puede destacarse la comunicación entre las comarcas del Vinalopó (Alto y Medio) con la capital alicantina y entre las propias poblaciones entre sí, además de servir de puerta la vía de comunicación para una movilidad más fácil entre dichas comarcas y la Vega Baja/Región de Murcia. Como se verá en posteriores apartados, esta vía constituye un complemento al ferrocarril en el transporte de mercancías, el cual se ha ido difuminándose en los últimos años por la presencia del transporte por carretera, promovido por vías como la que nos ocupa.



Figura Nº 1: Tramo REDIA de la N-330 en los años 70 (Fuente: Villena Cuéntame)

En la primera parte del presente escrito se va a tratar pormenorizadamente la historia del corredor, adaptándola a un formato entendible por el lector, y a partir de una división en tres partes:

— Siglo XVIII-1900
— Años 1900-1940
— Años 1940-Actualidad


Figura Nº 2: Tramo de la A-31 (antigua N-330) de estudio (Fuente: Google Maps)


2. Historia desde el Siglo XVIII hasta el XX: Tiempos profundos

La conexión entre Alicante y Almansa data, en sus tiempos más remotos, de los tiempos de la Vía Augusta Romana, debido al hecho de que existía una ruta directa a través de las poblaciones de Elche (Illici) y Aspe (Aspis) a partir de Alicante (Lucentum).

Durante los años posteriores a la caída del Imperio Romano la vieja ruta de la Vía Augusta fue mejorada y ampliada con el fin de pasar por más poblaciones y servir de comunicación para todos los productos que se cultivaban en la provincia.


Figura Nº 3: Caminos en la época romana (Fuente: La formación de la red de carreteras de la provincia de Alicante, 1833-1982, Jesús Rafael de Vera Ferre)


Figura Nº 4: Caminos en la Baja Edad Media (Fuente: La formación de la red de carreteras de la provincia de Alicante, 1833-1982, Jesús Rafael de Vera Ferre)

Esta situación se mantendría durante toda la Edad Media y gran parte de la Edad Moderna, hasta que en el siglo XVIII empezó a haber un interés por crear una red de carreteras sobre todo el territorio español, debido a las ideas liberales y progresistas impulsadas por la Monarquía Ilustrada impulsada por los regentes de la época. Con el fin de mejorar la economía nacional a través de la mejora de las comunicaciones existentes en la época, se instauró un modelo radial de comunicaciones a través de las principales capitales españolas. Dicho modelo fue impulsado principalmente por el inglés Ward, consejero de la corte de Fernando VII, el cual, creía que aplicando este modelo de comunicaciones se conseguiría un mejor transporte de productos entre las distintas zonas de la geografía española. Debido al hecho de que Alicante fue una de las capitales españolas que tenían asignadas el final de ruta radial, las comunicaciones mejoraron ostensiblemente. Este crecimiento también estará relacionado con la llegada del ferrocarril a la ciudad de Alicante, allá por mediados del siglo XIX. La construcción inicial sería nombrada como Carretera Madrid-Alicante, pero tendría otros nombres, de acuerdo a los habitantes de la zona. Esta vía gozó de una primera época en la que se transportaba todo tipo de mercancías: desde frutas de la huerta hasta confecciones hechas en los distintos pueblos por los que pasaba (Aspe, Villena y las cercanías).

Avanzando en el tiempo, ya dentro del siglo XIX, se produce un hecho que afectará sobremanera a la, por entonces conocida, Carretera de Ocaña: la llegada del ferrocarril. La construcción de la línea férrea entre Madrid y Alicante y la posterior entrada en servicio de la misma (4 de enero de 1858, primer tren, con servicios regulares a partir del mismo año), hizo que la vía carretera en cuestión fuera puesta en desuso, ya que todo el material empezó a ser transportado vía ferrocarril. Sin embargo, esta situación duraría relativamente poco. En la década de 1850, debido a la Ley de 28 de abril de 1849, en la que se promulgaba, por parte del Estado, la regulación para la mejora de los caminos existentes en la época. Dicha regulación promulgaba una financiación mixta entre el Estado, y las incipientes Diputaciones Provinciales, aparte de complementarse con la Ley de 7 de mayo de 1851, la cual dio a este trazado (Alicante-Almansa) la clasificación de Carretera General debido a su conexión directa con Madrid. Gracias a todo esto, la carretera en cuestión se adecuó a las condiciones existentes de «tráfico» (si se le puede llamar de alguna manera). En 1868 ya se había terminado casi por completo de reformar la vía Alicante-Ocaña, exceptuando un pequeño tramo en la provincia de Albacete.

Sin embargo, la agitada situación política de la época (Sexenio Revolucionario) no ayudó a mejorar completamente la situación viaria de la provincia de Alicante. Vía el Decreto de 14 de noviembre de 1868, las competencias de mantenimiento de la vía Alicante-Ocaña fueron transferidas a la Diputación de Alicante, al menos, en el tramo correspondiente a la provincia. Las lluvias torrenciales hicieron el resto a la hora de tirar por tierra el trabajo realizado de conservación y mantenimiento hecho en décadas pasadas. Hasta aquí podríamos comentar sobre los aspectos técnicos del tramo Alicante-Almansa en esta época, ya que este débil mantenimiento continuaría hasta entrado el siglo XX. Lo que se va a destacar ahora, para finalizar este apartado, es el crecimiento importante de la actividad comercial e industrial que tenían los pueblos por donde pasaba este eje, en conjunción con el ferrocarril en paralelo. La producción de calzado en la población de Elda comenzaba a tomar forma. Esta industria fue extendiéndose hacia las poblaciones vecinas, (Sax, Monóvar, Novelda y Aspe) y provocó un incremento importante de las exportaciones de material desde la provincia al exterior. Este aspecto, complementado con la agricultura, contribuiría a un incremento importante de la población en la zona situada en las cercanías del eje de comunicaciones comentado. Este aspecto se discutirá más en apartados posteriores.


3. Historia desde 1900 hasta 1940: Tiempos convulsos

Los primeros años del siglo XX se caracterizaron, desde un punto de vista técnico, de una gran dejadez sobre la Carretera de Ocaña, por los motivos que se han comentado en el epígrafe anterior. Si le sumamos esto el incremento en el tráfico de personas y mercancías (debido en parte a la introducción del automóvil y de los sistemas de transporte motorizados terrestres), es normal que, a principios de la década de 1930 la Diputación Provincial de Alicante, promulgara un acuerdo por el cual se pondría en contacto con los poderes públicos para mejorar su situación, tanto en el trazado (acceso a las poblaciones) como en el estado del firme y sus obras de fábrica. Gracias a estas gestiones, pudo hacerse, por ejemplo, el enlace con Sax allá por el año 1934. Sin embargo, de nuevo, todos estos esfuerzos serían en vano debido a la Guerra Civil. El eje Alicante-Almansa se convirtió en una vía de acceso para las fuerzas franquistas y republicanas, las cuales aprovecharon la provincia de Alicante para hacerla servir como vía de repliegue y defensa. Bajo este aspecto existen construcciones como los Búnkeres del Portichol, los cuales, constituyen un elemento de patrimonio un tanto particular que será descrito en apartados posteriores del presente texto. No hay mucho más que mostrar en este apartado, por lo que se pasará al apartado siguiente para continuar la historia.


4. Historia desde 1940 hasta la actualidad: Tiempos crecientes

Tras el final de la Guerra Civil, la ya conocida como N-330 estaba completamente arrasada por el paso de los ejércitos, tanto republicano como nacional. Esta tónica es la que seguirían la mayoría de las vías de la provincia de Alicante. Sin embargo, el gobierno llegado al poder por la fuerza en aquella época no se iba a quedar de brazos cruzados para con la planificación del transporte terrestre. La Instrucción de Carreteras del año 1939 (Plan Peña), clasificaría el itinerario Alicante-Madrid por Ocaña como una conjunción de varias carreteras nacionales (N-IV, N-301, N-330). Dicha formulación no dejó de ser una consecuencia más de la ordenación radial de este itinerario, el cual poseía una importancia muy grande para el tránsito de mercancías desde Alicante-Murcia hasta el centro de España. Aparte de ello, se idearon unos planes de reforma y restauración de las vías existentes en aquella época, ya con el propósito de arreglar todo lo que la Guerra Civil acabó destruyendo. Pero, sin embargo, esto no fue comparable al Plan de Modernización propuesto por la Ley de 18 de diciembre de 1950. Sobre el texto de dicha ley, se proyectó y se ejecutó una ampliación de la plataforma de la N-330 de 6 a 7 metros, y se le extendió una capa de aglomerado asfáltico, elemento éste que estaba en plena introducción sobre las carreteras españolas de la época.

Fue precisamente, en estos años, cuando el tráfico sobre las carreteras españolas empezó a aumentar notablemente, principalmente por el aumento del parque de vehículos existente y por el brutal incremento de actividad del transporte de mercancías por carretera debido al aumento de los costes del ferrocarril (una de las posibles causas por las que, en la actualidad, el ferrocarril está infrautilizado en España). La N-330, por su carácter radial, recibiría una de las mayores cargas existentes en la provincia, tal y como demuestra la siguiente tabla:

AÑO19651966196719681969
IMD43815181605469959281

Tabla Nº 1: IMD período 1965-1969 en la estación de aforos de Novelda (Fuente: La formación de la red de carreteras de la provincia de Alicante, 1833-1982, Jesús Rafael de Vera Ferre)

Debido a estas crecientes intensidades, desde el Estado se propuso un plan de mejora de la red de carreteras existentes en la época conocido como Plan REDIA (Red de Itinerarios Asfálticos). En lo que concierne a la vía de estudio, las principales actuaciones se concentraron en la supresión de travesías y en la mejora del firme existente. Ciertas supresiones de travesías resultaron bastante problemáticas (especialmente las travesías de Elda y Villena, casos que se comentarán luego), sin embargo, se llevaron a cabo sin excesivos quebraderos de cabeza por parte de las autoridades implicadas.

Gracias a todas esas ampliaciones, la N-330 pudo aguantar de forma bastante adecuada las cargas del tráfico que iban sobre ella a través de los años siguientes. Como medidas de mejora se establecieron más travesías (Monforte del Cid, abierta en 1981) y la adecuación del firme.

Los mayores cambios que sufriría la N-330 en los últimos años estuvieron relacionados con el Plan General de Carreteras 1984-1991, mediante el cual, se transformaría en una vía de mayor capacidad que absorbería el tráfico que llegase del interior de España a las costas alicantina y murciana. El Proyecto para la duplicación de calzada de la N-330 se realizó entre los años 1984 y 1986, y en él se priorizó la conservación de gran parte del trazado antiguo, hecho que, a posteriori, acabaría siendo un error muy grave, debido a la accidentalidad que se registraría en la zona. La sección tipo sería, en este caso, igual a la de la antigua carretera, añadiendo mediana de entre 5 y 9 metros de anchura, y adecuando trazado para una velocidad específica de 100 km/hora. Se repartió la duplicación de calzada en siete tramos:

— Almansa-Villena
— Villena (Norte-Sur)
— Villena-Elda
— Elda-Novelda
— Novelda-Monforte del Cid, y Monforte del Cid-El Portichol
— El Portichol-Alicante

En un principio, se aprovechó todo el trazado antiguo de una forma u otra. Sin embargo, el actual Acceso al Puerto de Alicante no se terminó de ejecutar hasta 1995 (aunque el acceso a la Autovía de Circunvalación A-7 (actual A-70) entró en servicio en 1993).

La nueva autovía de acceso a Levante N-330 comenzó a estar en servicio el 14 de marzo de 1989, con detalles menores de acabado por realizar, y una boca de túnel por terminar (abierta en abril del 90). Pronto comenzaron a arreciar las críticas debido a la alta accidentalidad que existía en la vía, debido al deficiente trazado, consecuencia de aprovechar el trazado antiguo de la carretera en cuestión. De ahí salieron las últimas modificaciones que, hasta la fecha, ha sufrido la actual A-31. Sobre el año 1996 en adelante se modificaron ciertos tramos, los cuales, eran los que más problemas daban en cuanto a accidentalidad. Destacar que las últimas obras de acuerdo a esto se terminaron de ejecutar en el año 2011.


5. Influencia histórica de la N-330 sobre las poblaciones que atraviesa

En este apartado procederemos a describir la influencia que ha tenido la carretera N-330 en el desarrollo de algunas de las ciudades más importantes por las que transcurre. Nuestro estudio se centrará concretamente en: Villena, Elda, Novelda y Monforte del Cid. Estas localidades constituyen en la actualidad algunos de los núcleos poblacionales más importantes de la provincia de Alicante, así como a nivel industrial y económico. La situación actual es fruto de un largo proceso histórico que debe ser estudiado y analizado, y en donde la construcción de la carretera nacional N-330 tuvo un papel fundamental como eje principal de tráfico de mercancías y como eje vertebrador del territorio urbano.


5.1. Villena

Villena es una ciudad de la Comunidad Valenciana, España. Situada en el noroeste de la provincia de Alicante, que constituye la capital de la comarca del Alto Vinalopó. Su término municipal abarca una extensión de 345,6 km2 (lo que lo convierte en el 2º más grande de la provincia). Contaba con 34966 habitantes en 2011, según estadística del INE, siendo el 10º municipio más poblado de Alicante y el 21º de la Comunidad Valenciana.

Se trata de una vieja ciudad coronada por su más característico símbolo: un antiguo castillo de origen árabe. Al pie de esta fortaleza estuvo el primitivo núcleo ciudadano y a su alrededor ha crecido la población, a la que rodean extensos campos de cultivo.

En el año 1525, el rey Carlos V le concede el título de ciudad. Este es el momento de mayor prosperidad económica, como muestran los monumentos que han llegado hasta la actualidad. A partir del siglo XVI se abre un periodo de tranquilidad, sólo roto por las guerras en que se verá envuelta esta zona de España. Pese a que en 1858 se inauguró una estación de ferrocarril, la economía siguió siendo esencialmente agrícola hasta el éxodo rural de los años 1960. A partir de entonces, el modelo económico cambió rápidamente y en la actualidad la economía se basa principalmente en el sector servicios y la industria, destacando las del calzado, la construcción y los muebles. En este cambio radical de perspectiva económica tuvo una importancia vital la construcción de la carretera nacional, que supuso una mejora sustancial de las comunicaciones existentes de la época y que permitió mayores facilidades de desplazamiento hacia otras localidades de la provincia.

La ciudad conserva un importante conjunto histórico que se encuentra directamente comunicado con el tramo Villena Norte-Villena Sur de la N-330 (actual A-31).


Figura Nº 5: Casco urbano de Villena, 1933 (Fuente: Google)

En la actualidad esta carretera constituye la principal vía de tráfico rodado de Villena, así como uno de los núcleos comerciales más importantes. A partir de la construcción de la variante de la N-330 (abierta, con sus túneles, en el año 1978), la antigua variante quedó como una vía comercial para con la ciudad en cuestión, aliviándose del gran volumen de tráfico que soportaba.


5.2. Elda

Elda es una ciudad de España, la cual, en las divisiones administrativas del país, pertenece a la Comunidad Valenciana; dentro de esta, a la provincia de Alicante, y a su vez, en la comarca del Medio Vinalopó, de la cual es capital administrativa. Tiene una población de 53540 habitantes según el último censo del INE (2014), ocupando el 8º puesto en número de habitantes entre las ciudades de la provincia.

La actividad económica durante siglos fue la agricultura. El cultivo de cereales, hortalizas, frutales de todo tipo, así como la elaboración de vino y aceite de oliva, destacaron durante siglos. La creación de pequeños talleres obedecía a la necesidad de sustituir una actividad agrícola, diezmada por la salinización de las aguas del río Vinalopó, que evolucionó en la creación de manufacturas zapateras, que desde finales del XIX estalló en la creación de una industria del calzado a gran escala. Durante la segunda mitad del siglo XX, Elda llegó a considerarse la capital española del calzado, llegando a multiplicar rápidamente su población.


Figura Nº 6: Paso de la N-330 a través de Elda y Petrer (Fuente: Google Maps)

Desde mediados del XIX los muros que habían rodeado la ciudad comienzan a desaparecer, y la creciente industria trae un aumento de población, que genera grandes problemas de hacinamiento. Este crecimiento de la población, así como el auge industrial de la ciudad y sus grandes expectativas de crecimiento, provocó un problema respecto a las vías de comunicación que facilitaran la entrada y salida de las personas y mercancías de la ciudad. El viejo trazado de la N-330 cruzaba prácticamente toda la población, así como parte de la vecina población de Petrer. Debido a que atravesaba prácticamente todo el casco histórico, la vía era muy estrecha, llegándose a provocar escenas tan bochornosas como la que se va a describir a continuación.

La conocida como «Esquina del guardia» se situaba en pleno dentro de Elda, en la intersección de la Calle Jardines, que constituía la N-330, con la entrada hacia los barrios más al sur de la ciudad. La circunstancia que se daba aquí era que los anchos de la vía combinados con los escasos radios de giro dificultaban considerablemente el tráfico de vehículos pesados, que debían dar varias maniobras para pasar, lo que a su vez provocaba inmensas colas de vehículos. El Ayuntamiento de Elda, pretendió solucionar esta situación, de forma temporal, situando un guardia de tráfico que ordenase —en la medida de lo posible— la situación, de ahí el sobrenombre.


Figura Nº 7: «Esquina del Guardia», Elda (Fuente: Petrer al día)

A continuación se reproduce, textualmente, el proceso de creación de la variante de Elda-Petrer, con la construcción del Viaducto del Barranc de la Puça, a partir de la información obtenida en el artículo «Cuando la carretera dejó de pasar por Elda», publicado originariamente en la revista Petrer Mensual nº 53, del año 2005 y reproducido por la publicación digital Petrer al Día:

«Corrían los últimos años de la década de los sesenta. Las carreteras españolas dejaban mucho que desear y el paso por el centro de las ciudades era un auténtico problema debido a que los vehículos destinados al transporte de mercancías cada vez eran más voluminosos. La carretera nacional Ocaña-Alicante (Madrid-Alicante) a su paso por la ciudad de Elda era un verdadero suplicio para los transportistas. La esquina del guardia (confluencia de la calle Jardines con Avda. de Chapí) era un conflictivo punto negro de difícil solución. Ante tal problema el Ministerio de Obras Públicas decide sacar de Elda la carretera nacional. Para ello se proponen varias alternativas y aunque las autoridades eldenses presionan para que la carretera no abandone su término municipal, el MOPU decide que el nuevo trazado pase por Petrer. En un principio se dijo que la nueva carretera pasaría junto a la Cooperativa del Vino y después los técnicos decidieron que la calzada pasara por lo que hoy es la Avenida de Madrid. Finalmente, las autoridades locales de la época consiguieron que la circunvalación transcurriera por detrás del castillo de Petrer. Esa circunstancia —dicen— fue vital para el futuro desarrollo de la población.

»Fueron años intensos en donde la diplomacia y las respectivas influencias de los alcaldes de Elda y Petrer jugaron un papel determinante a la hora de que las autoridades del Ministerio de Obras Públicas se decidieran por cada uno de los trazados propuestos. Las autoridades eldenses se negaban en redondo a que la carretera nacional abandonara su término municipal y para ello propusieron un itinerario alternativo que vendría a discurrir —poco más o menos— por lo que hoy es la Avenida de Ronda. En Petrer no acababa de gustar la idea de que la carretera nacional torciera a la izquierda antes de llegar al cementerio y por las inmediaciones de la Cooperativa del Vino se adentrara por las huertas de El Campet y l’Almafrá. La oposición de los agricultores al proyecto fue frontal. Menos mala fue la solución de que la carretera pasara por la futura Avenida de Madrid (su nombre le viene por la carretera). Ese trazado gustó también a la Corporación eldense porque de ese modo —en un futuro— los términos municipales de Petrer y Elda tendrían una delimitación clara: la carretera separaría ambos territorios municipales y Elda ganaría terreno y habitantes.


Figura Nº 8: Variante de Elda-Petrer (Fuente: Google Maps)

»El alcalde petrerense, Pedro Herrero, y el Secretario de la Corporación, Gabriel García Romeu, no lo tenían tan claro. A pesar de que ya había sido delimitada la distancia entre fachadas de ambos lados de la calle tuvieron visión de futuro y pensaron que se estaba hipotecando el futuro de ambas ciudades. Movieron cielo y tierra, se buscaron influencias y amistades, visitaron despachos y se entrevistaron con los responsables de la obra. Finalmente consiguieron que el MOPU accediera a realizar la circunvalación por detrás del castillo de Petrer aunque el nuevo trazado era más caro debido a que hubo que expropiar muchas más tierras y salvar el escollo de la rambla de Puça. Las explanaciones y las posteriores obras se realizaron sobre casi seis nuevos kilómetros, desde la gasolinera de El Guirney hasta el Reventó [ambas son dos partidas rurales de las ciudades de Elda y Petrer]. Tuvieron un coste total de 80 millones de pesetas de los del año 1972. Las obras no entrañaron excesivas dificultades salvo en el tramo por donde se tenía que vadear la rambla de Puça. Recuerda Andrés Corcino Sanbartolomé que por aquel tiempo era propietario de una empresa de máquinas excavadoras a la que le encargaron unas catas, pues la mayor dificultad fue salvar la rambla. En un principio no estaba previsto construir un viaducto de la envergadura del que finalmente se llevó a cabo. La idea del MOPU y de la empresa Construcciones Rodrigo de Valencia era construir un tuboarco que no era otra cosa que dejar paso a las aguas torrenciales por medio de dos ojos formados por planchas metálicas ensambladas en forma de arco, recubiertas de hormigón y compactadas por tierra para unir las dos partes del barranco. Tanto Andrés Corcino como otras personas conocedoras de la virulencia de la rambla de Puça advirtieron que de llevarse a cabo el proyecto sería insuficiente para digerir el agua de la rambla.

»Providencialmente un día de otoño el cielo descargó con virulencia en la zona de l’Almadrava (en Petrer cayeron cuatro gotas) los obreros y la maquinaria que trabajaban en las inmediaciones de la rambla tuvieron que abandonar precipitadamente la zona por la gran cantidad de agua que bajaba por la rambla. Aquel hecho provocó la paralización del “tubo-arco” y el inicio de un nuevo proyecto que culminaría con la construcción casi dos años después del viaducto, el único de estas características que existe en todo el trazado entre Madrid y Alicante. Se dio la circunstancia que durante un año la carretera de circunvalación estuvo totalmente terminada a falta de que acabara la construcción del espectacular puente de 155,30 metros de largo, 23 metros de altura máxima y una anchura de 13 metros.»


Figura Nº 9: Prueba de carga en el Viaducto del Barranc de la Puça, año 1975 (Fuente: Petrer al día)

Posteriormente con la construcción de la autovía A-31, la antigua travesía ha sido relegada a un segundo plano en cuanto a tráfico de vehículos se refiere por razones obvias. Es por ello que en la actualidad constituye básicamente una vía de carácter eminentemente comercial, pero que sigue albergando en algunos puntos, resquicios de la importancia que tuvo hace no mucho tiempo.


5.3. La conurbación Novelda-Monforte del Cid


Figura Nº 10: La antigua N-330 a su paso por Novelda (Fuente: Google Maps)

Novelda es un municipio de España situado en el interior de la provincia de Alicante, en la comarca del Medio Vinalopó. Conocido por su producción de uva y el comercio de especias y mármol, la localidad contaba con 26146 habitantes en 2015 según fuentes del INE. La actividad industrial más importante es la fabricación y elaboración de mármol y de piedra natural, que tendrá una gran importancia respecto a la actividad económica e histórica de la ciudad y que por tanto será una de los factores determinantes en la disposición de las redes de comunicaciones terrestres de la ciudad. Otra actividad industrial representada en el municipio es la agroalimentaria, especializada en el envasado y comercialización de especias, condimentos e infusiones.

El trazado de esta carretera, al contrario de lo que sucedía en localidades cercanas y que hemos estudiado en este trabajo, no transcurriría por el interior de la ciudad sino por el extrarradio de la misma. Esto sucede así con el fin de que no interfirieran los grandes tráficos de mercancías previstos con el normal desarrollo de la movilidad en el interior de la ciudad. Esta circunstancia no rebaja ni ápice la importancia de esta vía de comunicación en el desarrollo de la ciudad, pues Novelda, tal y como la conocemos hoy día, quizás no habría sido posible, sin la construcción de esta carretera que facilitó las relaciones comerciales con otras localidades de la provincia y de fuera de la misma.

Las grandes industrias de la época vieron una gran oportunidad de negocio con la puesta en servicio de la carretera, lo que promovió el emplazamiento de las fábricas en el entorno cercano de la vía de forma que se facilitara el tránsito de mercancías, tanto entrantes como salientes. Este hecho es mucho más importante de lo que a simple vista pueda parecer, pues la ausencia de grandes industrias —con los problemas de tráfico pesado que genera— en el interior de la ciudad, favoreció un tipo de desarrollo urbanístico diferente al que pudo tener, por ejemplo, Villena, debido a que allí el desdoblamiento de la carretera sí que transcurría por el medio de la ciudad y ejerciendo como principal elemento ordenador del desarrollo territorial.


Figura Nº 11: Travesía de la N-330 por Monforte del Cid (Fuente: Google Maps)

Casi lo mismo puede decirse de la población de Monforte del Cid, la cual, a diferencia de Novelda, sí que dispone de una travesía que, aunque menos angosta que la de Elda, también ha tenido su importancia a lo largo de los años. Puede comentarse aspectos prácticamente idénticos a los de la población vecina, debido a que están prácticamente juntos. La travesía en cuestión fue sustituida por una variante abierta en el año 1981, la cual, liberó de tráfico todo el centro urbano de la población.


6. Inventario del patrimonio existente

En este capítulo se tratará todo lo referente al patrimonio viario existente en el tramo de la N-330 comprendido entre Almansa y Alicante. Se tratarán elementos tales como tramos abandonados, hitos correspondientes al Plan Peña, señalización vertical y horizontal de época y elementos relacionados en general con todo lo referente a la propia vía en cuestión.

En primer lugar, debe destacarse que todos los elementos que se describen a continuación deberían ser objeto de una conservación adecuada, al fin de servir como fuente de memoria histórica para el desarrollo de las comarcas a las cuales afecta el trazado de la vía en cuestión. Sin embargo, como se va a ver a continuación, la mayoría de dichos elementos han sido víctimas del paso del tiempo, por una parte, y del vandalismo y la retirada incontrolada de señalización, por la otra. Huelga decir que este aspecto no debería ser así, ya que, por ejemplo, en otros países (EEUU), se han puesto en marcha programas de recuperación de patrimonio viario con notable éxito. Dichos programas de recuperación pueden ser importados adecuadamente a España con el fin de poder ser aplicados a las vías abandonadas existentes. Sin embargo, la aplicación de dichos programas queda fuera del alcance de este texto.

Se va a describir a continuación el patrimonio existente según los tramos que se pueden considerar como los más importantes de la N-330 en la zona mencionada. Todos los kilometrajes están referidos a la ruta radial Madrid-Alicante (la cual comprendía la N-IV, N-301, N-430 y N-330), y vienen definidos directamente desde Madrid, de ahí que sean un tanto elevados.

P.K. 320-338 (Almansa-L.P. Alicante-La Encina)


Figura Nº 12: Tramo Almansa-Villena (Fuente: Mapa de Tráfico 1985, MOPU, Ministerio de Fomento)

Este tramo comprende desde el cruce con la N-430, en Almansa (Albacete) hasta la llegada a la zona urbana de la población de Villena (Alicante). Se destacan en cuestión dos elementos de mención:

— La variante de Casas del Campillo
— El cruce con la A-220 (actual N-344)

Variante de Casas del Campillo (Almansa): Consiste de un tramo en doble curva que bordea la pedanía almanseña de Casas del Campillo. Originariamente, formó parte de la antigua N-330, y fue duplicada su calzada con el Plan General de Carreteras 1984-1991. Debido a la peligrosidad y a su inecuación con las condiciones de autopista que se consideraron en su correspondiente Proyecto, el tramo fue suprimido directamente a través del contrato de adecuación de las Autovías de Primera Generación, construyéndose en su lugar una variante que, de cierto modo, rectifica el trazado adecuándolo a las velocidades específicas pertinentes. El nuevo tramo se abrió al tráfico en el año 2011. Dichas actuaciones han dejado al tramo como si estuviese detenido en el tiempo, tal y como se expone a continuación.




Figuras Nº 13, 14 y 15 correspondientes a la variante de Casas del Campillo (Almansa). (Fuente: Google Maps)

Cruce con la A-201 (N-344): La A-201 era una carretera local que cubría el tramo alicantino del ramal Caudete (Albacete)-La Font de la Figuera (Valencia). Sin embargo, el Ministerio de Fomento (MOPU en los años 80) unificó este tramo con otros que iban hacia el interior de la provincia de Murcia y de Valencia, debido al creciente tráfico que acudía por dichos tramos al fin de evitar la autopista de peaje A-7 (actual AP-7). Al resultado de la unión se le nombró como N-344, y se le trató como una vía mantenida administrativamente por gestión pública estatal. Se destaca a este respecto que el cruce de la vía en cuestión con la N-330 ha sido objeto de modificaciones constantes con el paso de los años.


Figura Nº 16: Cruce en los años 40 (Fuente: Vuelo Americano Serie A 1945, IGN)


Figura Nº 17: Cruce en los años 70 (Fuente: Cartografía interministerial 1973-1986, IGN)

Esta configuración seguiría con el paso de los años hasta la duplicación de calzada en los años 80.


Figura Nº 18: Ortofoto del año 2012 (Fuente: IGN)

Se tiene en cuenta esta cuestión debido al hecho de que, por la actividad del transporte, se han establecido negocios de restauración en la zona, que han ido creciendo y volviéndose fuertes a lo largo del tiempo, elemento éste que debe ser tenido en cuenta como patrimonio de la carretera en sí.


Figura Nº 18.1: Restaurante El Cruce, Villena (Fuente: Google Maps)

P.K. 338-352 (La Encina-Villena)

En este apartado se va a tratar exclusivamente la Travesía urbana de Villena, la cual ha sido salvajemente modificada de acuerdo a planes urbanísticos y cambios en la fisonomía y los usos urbanos de los lugares por los que pasa la carretera en cuestión. Destacar, en primer término, que la población de Villena está franqueada por el Norte por la Sierra de la Villa, la cual ejerce de freno natural a la expansión de la ciudad por esa dirección. Como parte de los programas de mejora de la N-330 se planeó un túnel a través de esa cadena montañosa, el cual, fue abierto al tráfico en el año 1978. Se destacan aquí dos elementos: el primero, el hecho de que hubiesen dos túneles seguidos en la vía original, los cuales fueron unidos a uno único cuando se ejecutó la duplicación de calzada, provocando con ello, la destrucción del conocido como Ermita de las Cruces, y el segundo, que, en la actualidad, no existen casi vestigios del paso de la N-330 por la localidad, habiéndose retirado la gran mayoría de la señalización presente en tiempos pasados, tal y como se expone en las fotografías a continuación:



Figuras Nº 19 y 20: Señalización en la antigua travesía de Villena, actualmente retirada (Fuente: Google Maps, Página de Facebook EN LA CARRETERA)


Figura Nº 21: 2ª Boca del Túnel de Villena, A-31 (1988) (Fuente: Villena Cuéntame)

Sin embargo, se va a destacar un hecho, el de que la primera estación de servicio que existió en Villena todavía sigue en pie. El Riesma 1 todavía sigue dando servicio en el trazado antiguo de la N-330, lo cual es un hecho que merece su atención. Se trata de un edificio del estilo de la época (años 50) que se planeó para un uso permanente a lo largo del tiempo, y que no ha sido alterado en ningún ápice a lo largo del tiempo.


Figura Nº 22: Estación de servicio Riesma 1 (Fuente: Villena Cuéntame)

P.K. 352-387 (Villena-Novelda)


Figura Nº 23: Tramo Villena-Novelda (Fuente: Mapa de Tráfico 1985, MOPU, Ministerio de Fomento)

Aquí se va a destacar especialmente la «Esquina del Guardia» ya comentada con anterioridad, en la población de Elda, sin embargo, también destacaremos elementos puntuales como el cruce de Sax, instaurado en 1934 y modificado en algunas ocasiones hasta su situación de hoy en día. Todavía puede verse parte del primitivo trazado de la N-330 (rectificado vía Plan REDIA) en la actualidad, sin embargo, su localización es difícil para el no iniciado del tema, al confundirse con un camino rural de la zona.


Figura Nº 24: Localización del tramo abandonado del cruce de Sax (Fuente: Google Maps)


Figura Nº 25: Cruce de Sax, años 40 (Fuente: Fototeca CNIG)


Figura Nº 26: Cruce de Sax, años 70 (Fuente: Fototeca CNIG)


Figura Nº 27: Tramo abandonado del cruce de Sax, actualmente (Fuente: Google Maps)

En lo referente a la «Esquina del Guardia» de Elda, ha sufrido un destino poco agraciado para con su historia, ya que no ha sido mencionado en ningún momento como un punto clave de la historia de Elda.

Pasando ya a Novelda, se comenta la existencia de un tramo completo abandonado de la N-330, el cual no fue duplicado cuando llegó el momento. Se trata de un tramo de algo más de 1 kilómetro que ha sido como «congelado» en el tiempo desde su abandono en 1989, aunque, en la actualidad, todavía sigue siendo utilizado por vehículos pesados y ligeros debido al hecho de que existen plantas de tratamiento de mármol y partidas rurales en sus aledaños. Destacar que el final del tramo fue utilizado durante años como vertedero ilegal de basuras, censurándose dicha actividad de inmediato por las autoridades.


Figura Nº 28: Tramo abandonado de la N-330, Novelda (Fuente: Google Maps)



Figuras Nº 29 y 30: N-330, P.K. 385 (Fuente: Propia)


Figura Nº 31 N-330, P.K. 385, hito Peña (Fuente: Propia)


Figura Nº 32: Fin del tramo (Fuente: Propia)

P.K. 387-405 (Novelda-Alicante)

En primer término, se destacará el cruce de la Monfortina, el cual, fue considerado durante muchos años como punto negro en la ruta hacia Madrid. Se destaca la presencia de un puesto de la Cruz Roja sobre el lugar, el cual, a día de hoy, se encuentra en un estado de abandono completo.


Figura Nº 33: Cruce de la Monfortina, años 70 (Fuente: Fototeca CNIG)


Figura Nº 34: Cruce de la Monfortina, actualidad (Fuente: Fototeca CNIG)


Figura Nº 35: Estado del antiguo Cruce, actualidad (Fuente: Google Maps)

A continuación se describirá la conocida como Travesía de Monforte del Cid. Dicha travesía era la principal vía de comunicación de la población con el exterior. La travesía dejó de utilizarse en el año 1981, quedándose en el estado que atestiguan las imágenes expuestas a continuación. Se destaca el hecho de que la propia travesía en sí es utilizada como un acceso secundario a la A-31, usado habitualmente con exceso de velocidad por parte de los usuarios de la misma.


Figura Nº 36: Acceso a Monforte del Cid (Fuente: Propia)


Figura Nº 37: Salida de Monforte del Cid (Fuente: Propia)


Figura Nº 38: Travesía de Monforte del Cid (Fuente: Propia)


Figura Nº 39: Hito Peña del P.K: 390 (Fuente: Propia)

Y, finalmente, se destacará, ya como título extraviario, la presencia de los búnkeres del Portichol, en el puerto de montaña del mismo nombre. Se trata de un total de 7 búnkeres (más un octavo que fue eliminado con la construcción de la duplicación de calzada de la N-330), los cuales fueron utilizados en la Guerra Civil Española, y que se reproducen a continuación:


Figura Nº 40: Búnkeres del Portichol (Fuente: Geoelx)


7. Propuestas de conservación

La propuesta de conservación más importante que se puede realizar es la de la propia conservación de los elementos que definen la carretera, ya sean hitos kilométricos (tanto los de la Instrucción de 1939, con su forma característica, como los metálicos, si los hubiere), como señalización.

Como segunda propuesta de conservación, también puede comentarse que la mejora y modificación de los tramos es también un elemento que puede llegarse a considerar para conseguir una mejor conservación de la memoria histórica, pero siempre teniendo en cuenta el hecho de que debe conservarse los tramos en su estado más original posible, es decir, refiriéndose a señalización, sección tipo y semejantes. Como ejemplo de esto, puede verse en la misma N-330, en su tramo de Mercalicante (justamente en la entrada a Alicante). Dicho tramo fue reformado en tiempos recientes debido a la alta IMD que presentaba el acceso a la zona comercial en cuestión. En dicho tramo se han respetado los elementos que forman la idiosincrasia original de la propia carretera en cuestión, tales como los hitos Peña existentes junto con los hitos metálicos más recientes, tal y como se puede ver a continuación.


Figura Nº 41: Carretera de Ocaña, Zona de Mercalicante (Fuente: Google Maps)

Y, por último, se quiere destacar que, a través de documentos como el presente, es completamente necesario conservar la memoria histórica que hay sobre este tipo de infraestructuras, las cuales, han sido un soporte vital para muchas personas a lo largo de la historia.


8. Conclusión y agradecimientos

Con esto concluye el presente documento, en el cual se han descrito en profundidad todos los entresijos de la historia y el patrimonio de la N-330. Se va a aprovechar este apartado para realizar algunos agradecimientos a todas aquellas personas que han colaborado de alguna manera a la hora de hacer el presente texto:

— Gracias a Ángel J. León Alonso, responsable de la página web http://metidosencarretera.esy.es/, a partir del cual, se ha podido conseguir información acerca de la N-330 y su duplicación de calzada para la realización del presente texto.
— Y gracias, en general, a todos los que estáis detrás de la página de Facebook EN LA CARRETERA, (https://www.facebook.com/Route1963) ya que, gracias a esto, he tenido la motivación suficiente como para realizar, junto con mi compañero, el presente trabajo


9. Referencias

DE VERA FERRE, JESÚS RAFAEL, La formación de la Red de Carreteras de la provincia de Alicante, 1833-1982. Alicante, 1990

Página de Facebook EN LA CARRETERA [en línea] Disponible en https://www.facebook.com/Route1963/

Revista RUTAS, Tramo Alicante Almansa (1989)

Información sobre los búnkeres del Portichol [en línea]. Disponible en http://geoelx.blogspot.com.es/2008/03/el-portitxol-de-montfort.html

Investigación propia sobre el tema y sobre el material recibido a partir de Ángel J. León Alonso.

Fototeca CNIG [en línea]. Disponible en http://fototeca.cnig.es

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO (1 de agosto de 1936). 1ª Entrega

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Un relato de Route 1963

PREÁMBULO


Hace ahora diez años, en julio de 2006, coincidiendo con el 70 aniversario del estallido de la guerra civil española, comencé a escribir un relato por entregas ambientado en aquellos trágicos días. Dichas entregas se publicaron en internet, concretamente en el foro de la AMM (Asociación Mutua Motera), durante varias semanas, con gran éxito e interés del público, ya que el argumento central de la historia trataba de la huida en moto por carretera de dos hermanos en los primeros días de la guerra. 

Fui escribiendo las diferentes entregas del relato a medida que las iba subiendo al foro, de modo que podía ir jugando con la trama y la deriva de la historia según fueran mis necesidades en función de la intriga y de las reacciones que la misma provocaba en los lectores. A semejanza de las telenovelas, cada capítulo o entrega publicada dejaba siempre abierta la posibilidad de un desenlace incierto e imprevisible para la siguiente, con la consabida acumulación de frenéticas peripecias, aventuras y conflictos irresueltos en el tránsito narrativo de los personajes y en el desarrollo del propio relato. Un relato que, por describirlo en términos coloquiales,  enganchaba casi como una droga a todo tipo de lectores desde los primeros párrafos, y muchos eran capaces de permanecer despiertos hasta altas horas de la madrugada (que era cuando yo publicaba en el foro cada entrega) acuciados por la necesidad de leer cada nuevo episodio antes de irse a la cama. No les servía de mucho consuelo, porque a una intriga resuelta le sucedía otra intriga sin resolver, una madrugada sí y otra también, y durante varias semanas, como queda descrito.


Los inconvenientes de escribir una historia de ficción por entregas a expensas de la necesidad de sostener un suspense permanente y adictivo sobre los lectores, son diversos y sobradamente conocidos. Entre otros, el excesivo artificio y aparatosidad de la trama, su pérdida de verosimilitud y la inevitable y exagerada extensión del relato, hasta llegar a convertirse en un infumable folletín decimonónico. En el ámbito audiovisual, es lo que sucede precisamente con las telenovelas de centenares de capítulos y personajes.





La publicación en internet de cualquier texto extenso de ficción (aunque sea fraccionado en entregas breves) plantea, además, otros problemas nuevos, y sobre todo uno que destaca sobre los demás: la necesidad de complementar el relato con ilustraciones gráficas relacionadas con el mismo para hacer más atractiva (o menos disuasoria) su lectura. Como puede comprobarse, es lo que estoy haciendo en este preámbulo de la nueva entrada del blog. Un texto largo y árido en la pantalla del ordenador o del teléfono móvil que carezca de alguna imagen ilustrativa intercalada tiene pocas probabilidades de despertar la curiosidad de los lectores, y esto es aplicable tanto a un blog, como a una página web, a una red social o a un foro.


 
Consciente desde un principio de la necesidad ineludible de ilustrar mi relato motorista sobre la guerra civil española para poder subirlo al foro y conseguir el favor de los lectores, no tuve otro remedio que alternar las tareas de escritura con las de búsqueda de imágenes, gráficos, dibujos y fotogramas de video (a partir de capturas de los propios videos), unas veces en la red y otras en mis archivos particulares, ya fuesen libros, revistas, fascículos o películas y documentales en DVD (eludiremos en esta ocasión el tema de los derechos de copyright de buena parte de ese material gráfico obtenido).



Pero entonces sucedió algo tan curioso como interesante y enriquecedor para la trama narrativa, y es que ésta podía ir adaptándose o desarrollándose en función de las ilustraciones encontradas, y no al contrario (algo mucho más difícil e incluso imposible, por otra parte). Es decir, una simple imagen proveniente de la guerra civil podía inspirar o ambientar el desarrollo de un capítulo o de un pasaje, o bien servir de pretexto descriptivo y ocasional de un momento instantáneo del relato. Y bajo esta premisa fui ensamblando todos los elementos de la historia, de modo que si, por ejemplo, disponía de una imagen o de un fotograma de un taller mecánico de automóviles de los años treinta –como fue uno de los muchos casos-, entonces los protagonistas de la ficción pasaban por un episodio ambientado en uno de estos escenarios. En otro episodio, siguiendo con los ejemplos, a partir de una fotografía de un convoy sanitario formado por camiones y ambulancias a la salida o entrada de un pueblo, nuestros personajes encuentran el socorro necesario para un herido que viajaba circunstancialmente con ellos. En resumidas cuentas, eran las imágenes las que iban dando cuerpo al relato, y no a la inversa, porque desde la ficción narrativa previa no siempre era posible -o mejor dicho, no lo era casi nunca- encontrar las ilustraciones más convenientes.






Después de varias semanas y varias entregas diarias del relato en el foro citado, con su correspondiente público insomne de madrugada esperando un nuevo episodio, suspendí la narración abruptamente sin que se hubiera producido el desenlace final. Simplemente, dejé a mis personajes abandonados en una carretera perdida sin ninguna explicación. Estaban vivos y dispuestos a continuar viaje hacia su destino, pero no quedó testimonio narrado de que lo lograsen o bien murieran en el intento, de la misma forma que habían estado a punto de morir varias veces en los muchos episodios anteriores que había dejado escritos. ¿Por qué no terminé la historia? Supongo que por pereza, desidia o indolencia, defectos que me caracterizan desde hace mucho tiempo. Tal vez tenía el convencimiento de que sería capaz de retomar el relato más adelante y concluirlo adecuadamente. Pero lo cierto es que han transcurrido diez años desde entonces, y el relato sigue inacabado en el mismo punto en que lo dejé. Con el pretexto del 80º aniversario del comienzo de la guerra civil española, voy a publicarlo por entregas, en principio semanales, en este blog, haciendo el propósito de finalizarlo en esta ocasión, pero tampoco puedo garantizar que lo consiga, y espero que los lectores, ya advertidos de antemano, puedan disculparme por ello. 



Por último, me gustaría exponer algunas consideraciones y explicaciones que me parecen muy convenientes. En primer lugar, indicar que el título original del relato era TEMERARIO VIAJE EN TIEMPOS DE GUERRA, pero debido a sus semejanzas con el título de una posterior telenovela de la sobremesa emitida en España hace no mucho tiempo, he decidido sustituirlo por el de AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO, que no es que resulte excesivamente creativo, sugestivo ni original, pero que al menos se desprende de cualquier reminiscencia que pudiera relacionarlo con la serie televisiva mencionada. 



Por otra parte, el relato original  estaba narrado en primera persona por uno de sus protagonistas ficticios, que rememoraba con carácter autobiográfico desde la perspectiva del año 2006 los hechos ocurridos setenta años atrás. Por lo tanto, en el momento de contarnos su historia ya era nonagenario, y ahora, en 2016, sería centenario, algo que no es imposible pero que sí desvirtúa un tanto la verosimilitud de la narración. Pese a este inconveniente cronológico, y hecha también la oportuna advertencia del mismo, trascribiré el texto original sin variación alguna.






Para finalizar, algunas reflexiones obligadas que permitirán comprender mejor tanto la naturaleza y las intenciones del relato como los propósitos de su autor. Cualquier obra de ficción ambientada en la guerra civil española parte de inicio lastrada por la ideología o las simpatías políticas de su creador, y es muy difícil desprenderse de este lastre para acometer un relato desapasionado, neutral, impersonal, objetivo y estrictamente histórico. Para empezar, los mismos personajes de ficción ya tienen su conducta, personalidad, ideología y opiniones propias, generalmente influidas u orientadas por las del autor que les ha dado vida. No son seres autónomos que puedan imponer las condiciones del relato ni influir en su desenlace. El autor hará con ellos lo que considere oportuno en cada momento, y les obligará a pensar o a desenvolverse de acuerdo con sus conveniencias y sus convicciones. Pero incluso la propia interpretación de hechos históricos consumados y de sus consecuencias por parte de los personajes vendrá determinada igualmente por la ideología o las opiniones personales del autor al respecto. 



Desde un principio me planteé este proyecto como un relato de aventuras circunstancialmente ambientado en la guerra civil española. Podría haberlo ambientado en otra guerra anterior o posterior, o haberlo ambientado en tiempos de paz. Se trataba en todo caso de disponer de tres elementos en la actualidad aparentemente banales y cotidianos, como son una motocicleta, una carretera y un viaje. Y necesitaba además un pretexto para echarlos a rodar y poder armar una historia lo suficientemente épica como para que pudiera resultar original, inédita y desacostumbrada. En otras palabras, poco banal y cotidiana, como poco banales y cotidianos eran los viajes en moto por carretera en la España de 1936, y menos que habrían de serlo con el estallido de la guerra civil. Sin embargo, el inicio de la guerra provocó que muchas personas que jamás habían viajado a ninguna parte tuvieran que hacerlo para salvar la vida incorporándose a su bando si habían quedado atrapadas en el bando contrario. Pero la historia de los dos hermanos protagonistas de mi relato, que emprenden la huida en una motocicleta robada a la que han falsificado previamente las placas de matrícula, es anómala en este sentido. Para ellos, los dos bandos son equivocados y en ambos sus vidas corren peligro, lo que convierte su viaje en una odisea de proporciones épicas. El protagonista describe la situación con las siguientes palabras:




(…)convencido como estaba de que lo más prudente era la neutralidad, no ampararme bajo ninguna bandera, no estar del lado de nadie. Andando el tiempo los hechos me han demostrado que este es el peor error que puede cometer una persona, porque cuando no estás ni con unos ni con otros, ni contra unos ni contra otros, los unos y los otros-ambos por separado-, cuando estalla un conflicto acaban por considerarte su enemigo, así es que sin pretenderlo terminas siendo enemigo de todos, y con tantos enemigos-y ningún amigo- es muy difícil sobrevivir.


 

 

Esta equidistancia y neutralidad del personaje principal fue deliberada por mi parte a la hora de plantear el enfoque o la orientación políticadel relato, pues desde un principio pretendía escribir una historia de aventuras desapasionada y objetiva en donde primase el impulso de la acción por encima de todo, con independencia de cuáles fuesen sus desencadenantes o mis propias convicciones personales sobre el conflicto, una historia sin buenos ni malos, sin culpables ni inocentes, sin víctimas ni verdugos, pero no tardé en comprender que mi propósito era estéril y no alcanzaría muchas páginas sin traicionarlo, convirtiendo al fin mi discurso narrativo en una apología de los malos, de los culpables y de los verdugos. 



Incluso a la mayoría de los españoles que no vivimos la guerra civil nos resulta difícil ochenta años después no tomar partido ideológico por uno de los dos bandos en conflicto. La socorrida ambigüedad de manifestar que unos y otros cometieron desmanes y atrocidades sin medida y que cada uno de ellos tenía sus razones para ello es ya una coartada muy débil. Como lo es una interpretación neutral y desapasionada del conflicto y de las causas que lo motivaron. Yo, como es lógico, estoy con el protagonista de mi relato cuando, en un breve momento de descanso en mitad de su mítica huida, reflexiona:

Pero el principal problema de España era este, que la República, pese a sus promesas y a sus buenos propósitos redentores para con el proletariado, a los cinco años de su proclamación todavía no había conseguido establecer una verdadera justicia social que paliase las graves desigualdades del pasado, y estas desigualdades, aumentadas y enarboladas como una bandera por la efervescencia revolucionaria del momento, habían desatado el enfrentamiento entre quienes pretendían preservar a toda costa el actual estado de las cosas en defensa de sus seculares privilegios y entre quienes aspiraban a cambiarlo porque carecían de privilegio alguno, entre quienes tenían un concepto tradicional de la vida y entre quienes creían que había que desprenderse de los viejos lastres de la historia porque un mundo nuevo y mejor era posible, entre quienes querían sojuzgar y entre quienes no querían ser sojuzgados, entre ricos y pobres, en puridad, porque en realidad era este, y no otro, con todos los muchos matices que se deseen, el germen fundamental de la guerra civil española. 




AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO

 1ª Entrega



Fue en mangas de camisa, tocados con unas gorras grises de pana y calzados con toscas alpargatas de esparto, sin apenas dinero en los bolsillos, pero en cambio provistos de impecables documentaciones falsas, como emprendimos aquel temerario viaje a bordo de una ostentosa motocicleta -o motociclo, que era como se denominaba entonces a estos vehículos- Brough Superior SS100 Alpine Grand Sport robada y con matrícula y papeles igualmente falsificados por la mano hábil de Juan, mi hermano mayor, que era quien la conducía y el que había planeado, además, toda aquella aventura de fugitivos románticos -falsificaciones y robo de la moto incluidos- que tanto habría de cambiar nuestras vidas.


Fue una audacia, un arrebato juvenil de dos veinteañeros rebeldes y ávidos de sensaciones fuertes que huían de muchas cosas, pero sobre todo de sí mismos en unos tiempos convulsos en los que toda huida ya resultaba sospechosa por el mero hecho de serlo y que solía resolverse prematuramente con la detención o el asesinato de sus protagonistas antes de que pudieran culminarla. No existía la presunción de inocencia. Todo el mundo era culpable ante los ojos de sus enemigos -y a menudo ante los ojos de sus propios amigos, si caía en desgracia-, y lo era a veces por sus actos, pero sobre todo por sus omisiones, por lo que podía y debía haber hecho y había preferido no hacer, fuese por miedo o por indiferencia, y los implacables verdugos de uno u otro signo, que tanto proliferaban en aquellos días de confusión, jamás mostraban piedad alguna con sus víctimas. Se mataba y se moría a veces por puro azar, pues el mero hecho casual de hallarse en el lugar equivocado y a la hora equivocada solía traer consigo graves e irreparables contratiempos. Y lo peor de todo es que en aquellos días y en aquellas noches de terror desatado existían demasiadas horas y lugares equivocados en los que uno podía encontrarse de bruces con la muerte, ya fuese con la de otros o con la suya propia. Tal vez por eso todo el mundo consideraba las casualidades, por inofensivas que pudieran parecer, como un presagio de desgracias inmediatas. Pero los jóvenes como nosotros no le dábamos demasiada importancia a estas cosas, pese a la fuerza de su evidencia. Nos quedaba toda una larga vida por delante, o eso creíamos. Cuando tienes veinte años en lo último que piensas es en que vas a morir.




Pronto cumpliré noventa años. Soy, por lo tanto, un viejo que ya ha vivido demasiado. Mi hermano Juan, fallecido hace mucho tiempo, me habría corregido en este instante diciéndome que nunca se vive demasiado, o quizá, para ser más precisos, que nunca se vive lo bastante, tan vitalista y entusiasta como era él. En cambio yo, más conformista y descreído desde que tengo uso de razón -ahora que ya me va quedando poca-, soy el que ha conseguido llegar a viejo sin apenas proponérselo. Con la edad, la memoria de los viejos se torna contradictoria: hay cosas que no somos capaces de recordar y hay cosas que no somos capaces de olvidar. Aquel lejano y temerario viaje huyendo desesperadamente del caos en esa motocicleta Brough Superior  robada es una de esas cosas que, por muchos motivos, jamás seré capaz de olvidar. Incluso me parece que todavía estoy sintiendo en el rostro el mismo aire tibio que sentí aquella noche tan remota mientras escapábamos a toda prisa de la ciudad apocalíptica y sangrienta, esa ciudad, la capital del dolor, en donde la vida había perdido de repente todo su sentido.

Era la madrugada del sábado 1 de agosto de 1936. 



2ª Entrega: 25 de julio


AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO (1 de agosto de 1936). 2ª Entrega

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Un relato de Route 1963







Cuando se produjo la sublevación militar del 18 de julio de 1936, mi hermano Juan y yo ya llevábamos un par de años residiendo en Madrid. El trabajaba como jefe de mecánicos en un taller de reparación de automóviles -o de autos, como se los denominaba popularmente entonces- del barrio de Salamanca, la zona más noble y pudiente de la ciudad, mientras que yo estaba empleado como pasante en un prestigioso bufete de abogados de la Gran Vía a la espera de concluir la carrera de Derecho, de la que aún me faltaban tres años, para establecerme por cuenta propia. Nunca conseguí terminarla. En comparación con las gentes del entorno y estatus social que nos correspondía, es decir, clase media baja emparentada con el proletariado, bien podíamos considerarnos en cierto modo privilegiados. En una sociedad tan clasista como la española de los años treinta nosotros representábamos a una simbólica élite de parias que todavía comía caliente a diario y que, mal que bien, conseguía llegar a fin de mes, muy probablemente favorecidos por el hecho de que nuestros trabajos eran relativamente estables, estábamos ambos solteros y no teníamos familias que mantener. Por si eso podía servirnos de consuelo, éramos los menos parias de entre los parias, no obstante lo cual nuestros salarios eran bajos y los cobrábamos tarde y mal, en consonancia con los penosos tiempos que corrían en todo el país para la clase trabajadora.


 

Vivíamos arrendados en una habitación de una pensión enorme y destartalada del barrio de Chamberí. La regentaba una mujer sesentona y entrada en carnes a la que todo el mundo conocía como la señora Engracia. Nos contábamos entre los pocos huéspedes estables que pagaban religiosamente el alojamiento cada semana, generalmente los sábados, que era cuando se pagaban estas cosas -también los jornales, cuando se tenía la suerte de cobrarlos, se percibían en sábado-, y esto hacía que la señora Engracia sintiera una maternal predilección hacia nosotros, de la que obteníamos no pocas ventajas, como por ejemplo los mejores bocados en el almuerzo, que invariablemente consistía en cocido madrileño un día sí y otro también, y asimismo en la cena, cuando cenábamos en la pensión y ella nos apartaba los trozos más apetitosos de bacalao con tomate, que eso era lo que se cenaba en aquella pensión una noche sí y otra también. Pero no terminaban aquí los privilegios que nos tenía otorgados esta dama protectora a la que nosotros veíamos como una suerte de hada madrina, ya que todos los viernes le entregábamos nuestra ropa sucia amontonada en un barreño de hojalata y ella nos la devolvía impecablemente lavada y planchada todos los lunes a primera hora de la mañana a cambio de una cantidad de dinero poco menos que simbólica. Eso sí, una de las escasas condiciones que nos había impuesto la señora Engracia para que no perdiésemos sus favores domésticos era la de no subir nunca a nuestra habitación de la pensión a ninguna mujer. Esto estaba terminantemente prohibido también para el resto de los huéspedes, estables o no, pero casi nadie lo respetaba y a menudo la patrona andaba sorprendiendo a unos o a otros con furtivas compañías femeninas, lo que acarreaba su fulminante expulsión de la casa con el correspondiente escándalo que la propia señora Engracia de encargaba de airear a los cuatro vientos para ahuyentar las futuras tentaciones de otros huéspedes todavía recatados. Tal vez por este motivo, ya que sabíamos que, de vernos en la calle, sería difícil que pudiéramos encontrar otra pensión en la que se nos diera tan buen trato, tanto mi hermano Juan como yo nos absteníamos de llevar mujeres a nuestra habitación. 

 

En honor a la verdad tengo que decir que en aquellos años difíciles de mediados de la década de los treinta ni a mi hermano ni a mí nos faltaron nunca señoritas -de mejor o peor condición- con las que salir a bailar una tarde o ir al cine, entre otras actividades más licenciosas, que a veces surgían, y a veces no, pero es que, como se decía en la época, nosotros éramos buen partido para cualquier muchacha casadera. No era para menos. Como ya he mencionado antes, teníamos trabajos aceptables, comíamos caliente y vestíamos limpio, algo que hoy podría parecer una obviedad, pero que en aquella época no estaba al alcance de los pobres, porque nosotros, pese a todo, seguíamos siendo pobres sin posibilidad de redención. Era una pobreza revestida de oropeles, eso sí, hasta el punto de que muchos de nuestros conocidos y allegados ya se referían a nosotros despectivamente como los señoritingos, o los burguesitos, en mi situación porque por necesidades laborales tenía que ir siempre trajeado y con sombrero, y en la de mi hermano Juan, aún más ostentosa, porque en su trabajo, como jefe de mecánicos de un taller distinguido que era, se permitía con frecuencia la libertad de tomar prestados cuantos automóviles lujosos -y motocicletas- se le antojaban, bajo pretexto de probarlos y ponerlos a punto por las calles y las carreteras de los alrededores de Madrid, para desconcierto de caballeros y arrobamiento de féminas deseosas de salir de excursión con él a bordo de deslumbrantes Hispano Suiza, Elizalde, Ford, Fiat, Studebaker y tantos otros vehículos exclusivoscuya posesión sólo los más adinerados podían permitirse.


Mi hermano Juan era un entusiasta de los automóviles, pero aún lo era más de las motocicletas, y su habilidad como mecánico sólo era superada por su pericia como conductor. En aquel taller del barrio de Salamanca en donde trabajaba tampoco faltaban motocicletas, pero si bien los escasos automóviles aún podían considerarse como un capricho útil reservado a unos pocos privilegiados, la propiedad de una moto, todavía más infrecuente, había que entenderla como verdadera muestra de excentricidad por parte de sus propietarios, casi siempre jóvenes ricos y audaces, porque había que ser audaz para transitar por las impracticables carreteras de macadán y tierra de aquella España atrasada  a bordo de alguna de esas motos pioneras, tan inestables y peligrosas. Excéntrico o no, audaz o no, lo cierto es que mi hermano sabía que jamás podría comprarse una, salvo que fuera capaz de ahorrar su salario íntegro de más de tres años, y esto era imposible. A principios del año 1936 cobraba un jornal de once pesetas diarias, y el precio de un automóvil o de una motocicleta de importación de las que se vendían entonces en el país rondaba las doce mil pesetas, noventa costaba un juego de ruedas, ochenta y cinco una batería, setenta y seis céntimos el litro de gasolina y una peseta con ochenta céntimos el litro de aceite. Así las cosas, incluso los menos pobres de entre los pobres, como nosotros, estábamos a menudo condenados a desplazarnos a pie -en aquellos años se caminaba mucho-, o a lo sumo en tranvía o en Metro, porque coger taxis con alguna frecuencia también había que descartarlo.
 

En el momento en el que uno ya no se conforma con que sus sueños sean sólo eso, sueños, entonces puede uno a empezar a perder la cabeza, y esto es lo que seguramente debió de sucederle a mi hermano Juan en el turbulento verano madrileño de 1936, cuando decidió robar aquella motocicleta inglesa Brough Superior SS100 Alpine Grand Sport  con la que emprenderíamos, apenas unas horas después del hurto, el viaje más arriesgado y temerario que pocas personas hayan emprendido jamás en sus vidas.

3ª entrega: semana del 25 al 31 de julio.

LA VARIANTE INACABADA DE CONTRERAS


AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO (1 de agosto de 1936). 3ª Entrega

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Un relato de Route 1963


 
Amparo Signes era el nombre de la señorita valenciana con la que mi hermano llevaba un tiempo carteándose. En los años treinta estaba muy extendida la costumbre de que las parejas se conociesen a través de los anuncios en prensa que bastantes muchachas casaderas publicaban con fines exclusivamente matrimoniales. Seguramente no entraba en los cálculos de Juan el casarse todavía, y menos con una desconocida que vivía en otra ciudad, pero lo cierto es que, por unas u otras razones, aquella mujer valenciana parecía haberle interesado demasiado, hasta el punto de que superada una primera fase de relación epistolar ya se habían intercambiado fotografías personales por correo e incluso, todavía sin conocerse, hablaban por teléfono con relativa frecuencia. Aún recuerdo a la señora Engracia, habitualmente a la hora de la siesta, tocando en la puerta de nuestra habitación y diciendo:
 
-Señorito Juan, apúrese, que tiene usté al teléfono una conferencia desde Valencia.
 
Y entonces Juan saltaba de la cama y en pijama salía a los largos corredores de la pensión en busca de aquel teléfono negro en el que siempre se estaban recibiendo conferencias desde algún lugar de España. Cuando las conversaciones se prolongaban más allá de lo que aconsejaba la urbanidad y algún otro huésped deseaba utilizar el teléfono, bien porque necesitase hacer una llamada, bien porque esperase recibirla -y más si era una conferencia-, se producían ruidosos altercados que perturbaban la tranquilidad del establecimiento y fomentaban no pocas enemistades entre sus clientes. Mi hermano Juan, que tenía la fea costumbre de acaparar en exceso el teléfono en sus dulces coloquios con la señorita valenciana, ya había discutido airadamente con todos los demás huéspedes por este motivo.


-¡Cállense, coño -solía gritarles tapando el auricular con la mano-, que estoy con una conferencia desde Valencia!
 
-¡Como si la tiene desde la misma Luna -le replicaban sus desesperados rivales telefónicos-, pero haga el favor de colgar de una puñetera vez, que ya lleva al aparato media hora!
 

En realidad, y en descargo de mi hermano, habría que decir que aquellos que tanto protestaban abusaban del teléfono tanto o más que él, de modo que el uso y disfrute del aparato terminó por convertirse en una tarea sumamente complicada hasta volverse imposible con el alzamiento militar del 18 de julio, cuando todo el mundo quiso al mismo tiempo dar y recibir noticias, y se bloquearon las líneas. Fue a raíz de esto cuando Juan, viéndose privado de improviso del contacto con Amparo Signes, me dijo solemnemente:
 

-Mariano, tenemos que escapar de Madrid. La cosa se va a poner muy fea.
 

-¿Fea, por qué? -le contesté-. Sólo se han levantado cuatro militares chalados, y en dos días los aplastan y los llevan al paredón. No es la primera vez que pasa.
 

-Pero esto es diferente, hazme caso. Lo sé por los clientes que tenemos en el taller. Gente de posibles, ya sabes. Todos han desaparecido de repente sin llevarse sus autos. También mis jefes se han ido. Y seguramente los tuyos.

-No lo creo -le repliqué-, pero de todas formas nosotros no tenemos nada que temer. Somos trabajadores vulgares, obreros sin oficio ni beneficio. Incluso tú tienes el carnet de la Ugeté.

-Lo tengo, sí -admitió él-, pero hay que salir de Madrid, Mariano, hay que salir de Madrid, que te lo digo yo.





-¿Y adónde vamos a ir, y cómo, si puede saberse?


-A Valencia. Allí las cosas están más tranquilas por el momento. Bajaremos en auto, o mejor, en moto. Ya le tengo echado el ojo a una máquina inglesa que me quita el sueño. Soberbia, oye. Su dueño se ha evaporado sin dejar rastro y la tenemos en el taller cogiendo polvo.


-¡Eso es una locura! -respondí escandalizado-. ¡Con una moto robada! ¡Si no nos matan creyéndonos fascistas, nos matarán por delincuentes!
 

Juan me puso una mano en el hombro y sonrió con seguridad.

-Ya verás cómo no. Lo tengo todo previsto. Sólo necesito un poco de tiempo para arreglar un tema de papeleo.

-Pues lo siento, Juan, pero yo me quedo. No veo ninguna necesidad de marcharse de Madrid ahora. Todo se arreglará pronto. Es más peligroso salir que quedarse. 

-Te equivocas, hermano. Si te quedas aquí, te matarán. Aunque no lo creas, tenemos demasiados enemigos, incluso entre quienes nos parecen amigos. Hay muchas envidias. Recuerda que para ellos somos los “señoritingos”, o los “burguesitos”. El Gobierno ya ha repartido armas entre los civiles. El menos pensado ha conseguido una pistola. Un día amanecerás en la cama de la pensión con un tiro en la cabeza.
 

Aunque yo había pensado, sin atreverme a decírselo, que la obsesión de Juan por escapar a Valencia tenía menos relación con nuestra seguridad personal que con su interés por encontrarse con aquella mujer, Amparo Signes, tuve que admitir enseguida que la situación en Madrid se estaba deteriorando peligrosamente con el transcurso de los días. Si ya en los meses previos al levantamiento militar la violencia se había adueñado de las calles de la ciudad, con la quema de iglesias y conventos, los tiroteos y asesinatos indiscriminados a manos de pistoleros falangistas o milicianos del llamado Frente Popular, los saqueos y registros nocturnos, la requisa de automóviles y de otros bienes privados, las delaciones anónimas y sus consiguientes detenciones ilegales, entre otros desmanes que ya vaticinaban el desastre que habría de producirse después, el 20 de julio de 1936 aquella hoguera largo tiempo atizada por el odio y el fanatismo de unos y de otros terminó por prender con una furia incontrolada en todo el tejido social. Ese día los militares rebeldes alzados en Madrid se hicieron fuertes en el Cuartel de la Montaña, y ante la actitud dubitativa del Gobierno y del Ejército leal a la República, fueron las milicias obreras anarquistas y comunistas quienes hicieron oír su voz para pedir que se armase al pueblo, a los civiles, y que fueran éstos quienes acudieran a sofocar la rebelión fascista. Así sucedió realmente, y con el concurso de algunos guardias de Asalto se lanzaron a la toma del Cuartel de la Montaña. La matanza fue espantosa. Movidos más por su idealismo revolucionario que por su pericia en el manejo de las armas, las primeras oleadas de milicianos lanzados al asalto fueron abatidos a placer por los rebeldes. Viéndose superados en número por los asaltantes, los soldados sublevados llegaron a mostrar banderas blancas de rendición en los balcones que daban al patio del cuartel, pero obligados por sus jefes a resistir a toda costa, cuando los milicianos avanzaron confiadamente a recoger el fruto de su primera victoria, fueron desbaratados con nuevas ráfagas de ametralladora. Esto enfureció tanto a las masas atacantes que, una vez que hicieron valer su superioridad numérica y aplastaron a los alzados, la venganza fue todo lo sanguinaria que podía esperarse. Apenas hicieron prisioneros. Y entonces se desató la euforia: ¡a la sierra, a la sierra!, gritaban todos, al tiempo que trataban de subirse con sus armas en camiones y autos requisados para marchar a la sierra de Guadarrama, desde donde los militares rebeldes que habían triunfado en el norte amenazaban Madrid. 






 


 

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 4ª Entrega

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 Un relato de Route 1963








Ese día, lunes 20 de julio, me quedé involuntariamente dormido y me levanté muy tarde. Había tenido intención de acudir a mi trabajo pero, como comprobé más adelante y tal y como había vaticinado Juan, mis jefes del bufete de abogados, gente de derechas -de orden, como se los denominaba entonces-, también habían huido sin dejar rastro. Fue el vecino de la habitación contigua quien me encontró, cerca del mediodía, vagando por los pasillos de la pensión en busca de la señora Engracia para que ordenase a las sirvientas que me preparasen un desayuno. 

-¡Qué bien vive el señorito! -me dijo con sorna-. Supongo que estarás al tanto de lo sucedido.


-¿Al tanto de qué? -le respondí, frotándome los ojos aún soñolientos.

-De lo del Cuartel de la Montaña -me explicó sin disimular su entusiasmo-. Hemos pisoteado a los fascistas como si fueran cucarachas. El alzamiento ha fracasado en Madrid, y en dos días estarán sometidos en el resto de España, ya lo verás.

-Sí, eso es lo que yo creo -respondí con cierta indiferencia-, pero lo que  necesito ahora es desayunar.
 


Mi vecino de habitación me lanzó una mirada retadora. Vi odio en sus ojos. Probablemente el mismo odio que había brillado en los ojos de los milicianos esa mañana, mientras asaltaban el Cuartel de la Montaña entre gritos y disparos de fusil.
 

-Tú no eres de los nuestros -me soltó de repente-. Está en juego el porvenir de los obreros y a ti sólo te preocupa el desayuno.


-Soy tan obrero como tú, y leal a la República -repliqué.


-Mira tu ropa -me señaló-. Esa camisa, ese traje, ese sombrero. Por no hablar de la corbata. Eres un burgués y estás con los fascistas, me juego el cuello. Si algún día llegas a abogado y ejerces, te pondrás del lado de los patronos, como todos los picapleitos, si lo sabré yo.


-No soy un fascista, nunca lo he sido. Estoy de vuestro lado.


-Andate con ojo, Mariano, que a mí no me la das. Se te ve a la legua que eres un fascista de tomo y lomo, y ya sabes lo que hacemos con la gente como tú.
 

Lo sabía, y tuve miedo. Mi hermano Juan al menos poseía el carnet sindical de la U.G.T. Esto podía sacarle de muchos problemas. A mediados de los años 30 la mayoría de los trabajadores estaban afiliados a algún sindicato o partido político de izquierda o centro izquierda. A menudo lo hacían por convicción ideológica, pero otras veces, como en el caso de Juan, se trataba únicamente de una cuestión de conveniencia social. Yo no había tomado ni siquiera esa precaución -aunque defendía la legalidad republicana-, convencido como estaba de que lo más prudente era la neutralidad, no ampararme bajo ninguna bandera, no estar del lado de nadie. Andando el tiempo los hechos me han demostrado que este es el peor error que puede cometer una persona, porque cuando no estás ni con unos ni con otros, ni contra unos ni contra otros, los unos y los otros -ambos por separado-, cuando estalla un conflicto acaban por considerarte su enemigo, así es que sin pretenderlo terminas siendo enemigo de todos, y con tantos enemigos -y ningún amigo- es muy difícil sobrevivir.
 

En la tarde sofocante del 20 de julio de 1936, tumbados en las camas de la pensión mientras tratábamos de dormir la siesta, quise comentarle a mi hermano que nuestro vecino de habitación me había amenazado de muerte, porque realmente era esto lo que había hecho, pero resultó que Juan se encontraba sumamente compungido por un episodio dramático que había tenido lugar esa misma mañana en su taller, y no me dejó hablar.


-Venían una docena de milicianos en una camioneta Hispano Suiza descapotada, de esas que usan los guardias de Asalto. Armados hasta los dientes. Buscaban a los dueños del taller, a los jefes, como ellos decían, pero los jefes hace dos días que se marcharon. Nadie sabe dónde están. Les enseñé mi carnet de la Ugeté. Los demás compañeros también estaban sindicados. A la Ugeté o a la Ceneté, casi todos. Sólo había un mecánico, el señor Eulogio, un hombre mayor, que no tenía afiliación. Quisieron llevárselo, pero el hombre se resistió. Mientras forcejeaban con él, uno de los milicianos, que parecía borracho, sacó su pistola y le pegó un tiro en la nuca, llamándole fascista. Después se llevaron todos los autos que pudieron, aquellos que funcionaban, y los que no, los incendiaron. Como teníamos varios bidones llenos de gasolina, el taller empezó a arder como una tea por los cuatro costados. Tuvimos que salir corriendo calle abajo. Un desastre, Mariano, un desastre. También se han incautado la Brough Superior, una joya, la moto inglesa con la que nos íbamos a escapar tú y yo a Valencia.
 

-Bueno -le dije, tratando de tranquilizarle-, si no podemos escapar con esa moto, a lo mejor tenemos que intentarlo por ferrocarril o en autobús. ¿Sabes?, al final me has convencido: yo también tengo miedo y quiero salir de Madrid. Esta mañana me ha amenazado el huésped de aquí al lado. Dice que soy un fascista y que me ande con ojo.


-Los peores son los que no amenazan -observó mi hermano-. Simplemente espían y dan el soplo, y entonces vienen los que tienen que venir, y hacen su trabajo. Pero en realidad no te puedes fiar ni de tu sombra. Es muy difícil salir de Madrid en tren o en autobús. Todos los movimientos de civiles están muy controlados. Tendré que recuperar la moto como sea.


-¿Y cómo vas a hacerlo? Será como buscar una aguja en un pajar.


-Eso déjalo de mi cuenta. Tengo algunas pistas. De momento tú lo que has de hacer es desprenderte de toda la ropa buena que tienes y vestirte lo más discretamente que puedas. No debes ir vestido de domingo todos los días. Nada de sombreros ni corbatas. Zapatos tampoco, mejor alpargatas. Y con un poco de suerte a lo mejor hasta te consigo un carnet falso de la Ceneté. Vienen días difíciles y tenemos que protegernos, Mariano.


-Mis jefes también han huido -le conté- y el bufete está cerrado a cal y canto. Nadie responde al teléfono ni da señales de vida. Supongo que ahora estoy sin trabajo. 


-Supones bien. Los verdaderos fascistas son los que se han largado. La mayoría estaban al tanto de lo que iba a suceder. Ahora a nosotros sólo nos quedan dos alternativas: o alistarnos voluntarios en las milicias populares y empuñar un fusil, o recuperar la Brough Superior y marcharnos a Valencia. Yo elijo la segunda.


-Yo también -asentí-. Oye, Juan, por cierto, tu conocida esa de Valencia no tendrá por casualidad una hermana o una amiga de buen ver, ¿no? A mí no me importaría.


Juan sonrió estirándose en la cama. 


-En Valencia hay muchas mujeres guapas, Mariano, ya lo verás. Y seguramente alguna te estará esperando con los brazos abiertos.






AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 5ª Entrega

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Un relato de Route 1963






En los días inmediatos que siguieron al levantamiento militar del 18 de julio de 1936, Madrid, que entonces contaba con una población de un millón de habitantes, probablemente se convirtió en la ciudad más peligrosa del mundo.  Se producían graves accidentes de tráfico cada pocas horas. Partidas incontroladas de individuos de diferentes facciones se perseguían a toda velocidad por las calles a bordo de automóviles requisados antes de enzarzarse en espectaculares tiroteos que sembraban las aceras de cadáveres ante el horror mudo de los viandantes. Por las noches esas mismas partidas armadas asaltaban los domicilios particulares de quienes consideraban enemigos de su causa -a menudo sin prueba alguna- y se incautaban de todo tipo de bienes para llevarse después a los inquilinos, que aparecían de madrugada con un disparo en la cabeza en los descampados del extrarradio o en las cunetas de las carreteras. Pero no toda la violencia que sacudía Madrid en aquellos días desesperados tenía un origen político. Sanguinarias bandas de simples delincuentes comunes aprovechaban la terrible confusión del momento para requisar automóviles en los que se movían con total impunidad por la ciudad robando y asesinando a mansalva. Respetables ciudadanos que jamás habían manejado un arma de fuego, viéndose de repente armados por unas autoridades que habían perdido todo el control de la situación, decidían resolver a tiros antiguas rencillas de cualquier índole con vecinos, familiares o jefes, a sabiendas de que nunca se investigarían estos crímenes. Sin orden ni Ley, el odio, la venganza y el caos habían tomado Madrid tres años antes de que lo tomasen los militares sublevados.


 

Ante la huida repentina de empresarios y patronos, éramos muchos los que de la noche a la mañana habíamos perdido nuestros empleos, y aunque no resultara imposible conseguir un nuevo trabajo, con frecuencia parecía más conveniente no hacerlo, a menos que uno estuviese dispuesto a tener que dar demasiadas explicaciones de su vida anterior y seguramente exponerse a indeseables sospechas políticas. Tal vez ya era demasiado tarde para ello, pero hice caso a mi hermano y me deshice de toda la ropa elegante que me hacía parecer un burgués, sin serlo. Sombreros, zapatos, camisas, americanas y corbatas se fueron a la basura, no sin gran dolor de mi corazón, porque la mayor parte de esas prendas me habían costado un buen dinero y ahora por seguridad tenía que reemplazarlas y proveerme de un atuendo más acorde con mi verdadera condición de proletario desempleado. En el Rastro encontré lo que necesitaba: pantalones y gorrillas de pana, alpargatas de esparto y blusones bastos de cáñamo, cuanto más viejos y gastados, mejor. También tuve que dejar de fumar las cajetillas de tabaco rubio americano que llegaban a España de importación y pasarme al tabaco negro de picadura para liar. Muchos de los cafés, restaurantes y comercios que frecuentaba antes del estallido militar ya me estaban vedados si no quería significarme, de modo que en cuestión de días mi vida más o menos entretenida de antes vino a parecerse a la misma existencia precaria y gris que llevaban y habían llevado siempre los obreros más menestrales. 


 

Así las cosas, mi obsesión por escapar de Madrid y tratar de rehacer mi vida en donde nadie me conociera, ya fuese en Valencia o en otro lugar, acabó por volverse enfermiza. ¿Está todo arreglado, falta mucho para marcharnos?, eran las primeras preguntas que le hacía a mi hermano todos los días nada más verle, a lo que él me contestaba que ya tenía en su poder la documentación falsa de nuestras nuevas identidades, y que a partir de ahora en vez de llamarnos Juan y Mariano tendríamos que acostumbrarnos en público a ser Enrique y Bernardo, respectivamente, e influyentes miembros políticos, además, del sindicato CNT, lo que en su opinión nos otorgaría cierta libertad de movimientos en nuestra huida por carretera hasta Valencia. Eso sí, añadía a continuación, si por alguna desgracia se descubría el fraude debíamos hacernos a la idea de que seríamos ejecutados en el momento sin mediar juicio alguno. Asimismo, la documentación también falsa de la moto, la inglesita, como empezó a denominar mi hermano a la Brough Superior, estaba ya en camino, según le habían asegurado sus contactos, y sólo había que esperar a que llegase a sus manos para pintarle a la moto los caracteres de las tres placas de matrícula, dos rectangulares sobre el guardabarros delantero y una cuadrada sobre el guardabarros trasero, tal y como se estilaba en la época. El único problema era que la inglesita, incautada por los milicianos unos días antes en el taller en donde trabajaba Juan, no había sido todavía localizada por las calles de Madrid, en donde se suponía que éstos la estaban utilizando para desplazarse en sus correrías revolucionarias, y sin la moto nosotros no podíamos escapar.



-Esos animales se han llevado mucho más que una moto -me explicaba Juan con tristeza-, se han llevado una alhaja, un prodigio de la técnica, la mejor moto del mundo, y ellos no lo saben, ¡qué van a saber esos bestias!, y seguro que le van a enchafarrinar el depósito con las siglas de la Ceneté, o las de la Unión de Hermanos Proletarios, y van a hacer todo tipo de barbaridades con ella, y cuando se cansen o se les averíe y no les sirva para nada la abandonarán en un callejón oscuro o se la venderán por cuatro perras gordas a un trapero para emborracharse en la taberna.

-No te preocupes -intenté animarle-, si no nos podemos marchar con la moto nos iremos por otros medios. Tiene que haber más formas de salir de Madrid.
 

-Pero cada día que pasa son más arriesgadas, Mariano. El Gobierno ya no puede garantizar la libre circulación de las personas. Todo varón sano en edad militar, como nosotros, que intente salir de aquí es considerado sospechoso inmediatamente, y seguramente necesita de un salvoconducto especial que no será fácil de conseguir, ni siquiera falsificado. Debemos escapar con la inglesita de noche y a escondidas, no hay otro remedio. Si tenemos la suerte de encontrarla, claro.  

El desventurado mes de julio de 1936 estaba tocando a su fin. Todavía nadie mencionaba la palabra guerra, porque todos teníamos el convencimiento de que los militares rebeldes, que apenas si habían triunfado en un tercio del territorio peninsular pero en ninguna de las ciudades importantes, serían antes o después sometidos por el Ejército leal a la República y se recuperaría la normalidad anterior. Lo que no sabíamos era cuándo, y entretanto mi hermano y yo corríamos un peligro cierto. Por eso, en aquellas tórridas noches de verano sobresaltadas de gritos, persecuciones y tiroteos, mientras tratábamos de dormir acostados en los colchones de borra de las camas de la pensión, una imagen turbia y fronteriza entre la realidad y el sueño acudía puntualmente a nuestros ojos: subidos en esa motocicleta clandestina íbamos rodando, envueltos en negras sombras, por una carretera dorada que nos llevaba a la libertad.



6ª entrega: semana del 15 al 21 de agosto.

N-III UNA RUTA HISTÓRICA. EL TRAMO ABANDONADO DE LA CUESTA DE LA MARQUESA

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 6ª Entrega

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Un relato de Route 1963



 
El viernes 31 de julio a las seis de la mañana unos golpes bruscos en la puerta de la habitación nos despertaron con gran sobresalto. Llevábamos ya varias noches durmiendo con un ojo abierto y otro cerrado, pero este fue uno de los peores despertares que recuerdo, porque no pude evitar el pensar que por fin venían a matarnos, y no es agradable comenzar un nuevo día sabiendo que ha de ser el último. La voz tranquilizadora de la señora Engracia al otro lado de la puerta nos devolvió cierta serenidad, aunque no toda la que hubiésemos deseado. Salvo que ocurriese algo grave, esta buena mujer no acostumbraba a despertar a sus huéspedes tan temprano y con semejante alarma.
 
-No se me asusten los señoritos, que soy yo -oímos que decía-. Le llaman por teléfono, señorito Juan. Dicen que es muy importante.

-¿Una conferencia desde Valencia?-preguntó mi hermano levantándose de la cama con un gesto de preocupación.

-No lo sé, señorito. Es un hombre, y necesita hablar con usté urgentemente.

-¿Hay alguien con usted ahí fuera?

-¡Huy, hijo mío, quién va a haber! Estoy sola, pierda cuidado.

-Gracias, doña Engracia. Dígale que voy enseguida.

Juan me hizo una seña.

-Levántate, Mariano, no te quedes aquí. Esto me huele a chamusquina.

-¿Es que no te fías de la vieja?-le pregunté.

-Ni de la vieja ni de nadie. Están las cosas como para andar fiándose de la gente. Levántate.

-Si viniesen por nosotros habrían echado la puerta abajo sin contemplaciones -razoné-. Vamos, digo yo.

-Vístete y calla. Y date prisa.
 

Le obedecí, y no tanto por respeto a su autoridad de hermano mayor como por temor a la ansiedad que vi reflejada en sus ojos, porque esa ansiedad acrecentaba la mía, que tampoco era desdeñable.
 

Nos vestimos y salimos al pasillo sin hacer ruido. Muchos de los huéspedes habituales de la pensión ya no se alojaban en ella y las habitaciones estaban vacías. Algunos habían huido, a otros los habían asesinado y los restantes probablemente andaban por las calles asesinando a quienes no habían tenido tiempo de huir y aún seguían vivos. La macabra ruleta de la muerte nunca dejaba de girar en aquel aciago mes de julio y nosotros podíamos ser los siguientes. Un intrincado laberinto de pasillos interminables recorría el edificio de un extremo a otro, y aunque por la fuerza de la costumbre solíamos orientarnos sin dificultad, en esa mañana el miedo nos tenía tan atenazados que nos confundimos varias veces yendo a parar a rincones y estancias de la pensión que nunca antes habíamos visto. Encontramos por fin el auricular del teléfono negro de pared descolgado y balanceándose suavemente al otro extremo del cable. A esa hora tan temprana se me antojó que tenía una presencia siniestra, como si desde él sólo pudiesen recibirse a partir de ahora malas noticias. Juan lo cogió, carraspeó y se lo llevó a la oreja. 


-Buenos días, dígame. Sí, soy yo. Hola, Cipriano, no te había conocido. Soy todo oídos, dime. No puedo hablar más alto, compréndelo. ¿Esta noche, a las doce, en la Glorieta de Cuatro Caminos? ¿Cómo lo habéis averiguado? Tienes razón, tienes razón, eso no importa. ¿Estará la moto allí? Estupendo. Sí, ya sé que es muy expuesto, pero no nos queda otro remedio. No, no tenemos armas ni las necesitamos. En serio, de verdad, no quiero ningún arma. ¿Cuándo nos iremos? Si todo sale bien, esta misma noche, en cuanto recuperemos la moto. ¿Los papeles? No los tengo todavía, pero incluso sin ellos nos marcharemos. Lo sé, lo sé, si nos cogen no habrá remedio. Tendremos cuidado, sí. Gracias, Cipriano. ¡Salud!

Y colgó el teléfono. La breve conversación, que se desarrolló en un susurro, tuvo la saludable virtud de cambiar el semblante de mi hermano, devolviéndole esa sonrisa suya de seguridad y confianza que le era tan característica.

-¿Qué ha pasado, qué ha pasado? Cuéntame -le pregunté sin poder disimular mi excitación.

-Tranquilo, hermanito, no te pongas nervioso. Vámonos. En la calle te lo cuento todo. 


Salimos a la calle. Hacía un calor sofocante, incluso a primera hora de la mañana. Mientras desayunábamos café con leche, churros y una copa de anís en un bar de la Plaza de Olavide, Juan me refirió con gran detalle todos y cada uno de los pormenores de la peligrosa aventura que estábamos a punto de emprender. Sus contactos le habían dado el soplo del paradero de la Brough Superior. Una partida de milicianos la utilizaba por la noche, junto con varios automóviles requisados y alguna camioneta ligera, para desplazarse regularmente por Madrid. Registraban domicilios y detenían gente a su libre albedrío. La caravana motorizada solía congregarse en torno a la medianoche en la Glorieta de Cuatro Caminos antes de comenzar sus rondas clandestinas. Los chóferes acostumbraban a estacionar los vehículos en mitad de la calle con el motor encendido mientras subían a registrar las casas con sus compañeros. Era poco frecuente que dejasen a alguien vigilando, pues no en vano el terror que inspiraban les había convertido en los amos de la ciudad, con la única y esporádica rivalidad de los pistoleros falangistas, ya muy escasos por aquellas fechas en Madrid. Visto lo cual, nosotros sólo teníamos que aprovechar alguno de esos momentos favorables, llevarnos la moto y emprender la huida hacia Valencia. No había que descartar que nos persiguieran a tiros, no tanto por el valor en sí de la Brough Superior, que ellos seguramente desconocían, como por nuestra osadía de habérsela sustraído ante sus narices, provocación que enseguida interpretarían como acción propia de delincuentes comunes, lo que tampoco nos serviría de atenuante, más bien al contrario.


-En principio, si no surgen complicaciones -me dijo mi hermano apurando la copa de anís-, el problema no está en birlarles la inglesita, sino en cómo seguirles sin que se den cuenta hasta encontrar el momento idóneo para hacerlo. Y luego está el tema de la gasolina, que es mucho peor.

-¿Qué pasa con la gasolina?-pregunté. 

-Pues qué ha de pasar, hombre, que necesitaremos bastante gasolina para llegar a Valencia, y además por la noche. Nunca he hecho este viaje, pero por lo que tengo entendido hay pocos sitios en donde conseguir carburante, y encima la mayoría se los habrá incautado el Gobierno, de modo que por su cara bonita no le van a proporcionar gasolina al primero que pase.

-Y menos a dos fugitivos montados en un motociclo robado -apunté-. Y además, todavía no tenemos los papeles.

-Mira, Mariano, con papeles o sin ellos, esta noche nos largamos de aquí. La gasolina la robaremos, y asunto concluido. 
-¿Y cómo vamos a seguir a los milicianos hasta que dejen la moto descuidada, si es que la dejan? -pregunté.
 

Juan respiró profundamente. Era el aspecto más delicado de la operación. En aquellas noches de violencia desbocada casi nadie se atrevía a transitar libremente por las calles sin saberse expuesto a mil y un peligros. No se había decretado un toque de queda oficial, ni mucho menos, pero la población civil interiorizaba su miedo silenciosamente y se quedaba en casa desde el anochecer con las luces apagadas. Con la caída del sol ni siquiera los  escasos servicios públicos de la época funcionaban con normalidad. Podía resultar muy difícil, si no imposible, conseguir una ambulancia o un taxi. Incluso los guardias de Asalto, la policía gubernativa de entonces, permanecían acuartelados por orden expresa de las autoridades para no interferir en los desmanes de milicianos y falangistas, porque el Gobierno era de todo punto incapaz de controlar la situación sin provocar males mayores.





-Iremos hasta Cuatro Caminos en Metro -decidió mi hermano-. Trataremos de tomar prestada la inglesita allí mismo, por sorpresa. Cuando ellos quieran reaccionar ya les habremos dado esquinazo. Esa máquina anda mucho, que te lo digo yo.

-Tengo miedo, Juan -le confesé-, tengo mucho miedo. De esta no salimos, ya lo verás.

-Yo también tengo miedo, Mariano -reconoció él-. Si te dijera lo contrario te mentiría. Pero si no vencemos al miedo, el miedo nos vencerá a nosotros, y eso es algo que no podemos permitir, porque los cobardes no sobreviven. Yo quiero sobrevivir.
 
Como ya he dicho antes, pronto cumpliré noventa años. Es obvio, por lo tanto, que he sobrevivido. Eso es lo que he hecho a lo largo de todos estos años, sobrevivir, incluso contra el pronóstico de mi hermano Juan, porque no negaré que muchas veces, demasiadas acaso, el miedo me ha vencido y me he comportado como un cobarde, tal y como habría de comportarme en aquella noche fatídica del 31 de julio de 1936.

7ª entrega: semana del 22 al 28 de agosto.

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